
“Vaquero”, de Frederic Remington, el pintor americano que dedicó su obra al retrato de la conquista del Oeste.
“La estructura de una historia es como un esqueleto que sostiene todo. Ese sistema de vigas, articulaciones y cables, que el lector nunca ve, es increíblemente difícil, aunque infinitamente provechosa”. La cita corresponde a una vieja entrevista con James Sallis, autor de Drive, novela que a su vez dio paso a una de las películas más inquietantes que he visto en años. Drive es la historia de un justiciero que galopa siempre al borde de la ley, pero no a lomos de un caballo, como antaño, sino al volante de un coche.
Drive es una historia compleja, la misma compleja historia de amor y dolor que antes nos contaron Shakespeare o Dostoievski o Cervantes, pero es también un prodigio de limpieza y sencillez. Todos los andamios, hierros y tornillos de la narración que se nos entrega son invisibles; están ahí pero no se ven. James Sallis cumple lo que predica: su texto resulta modélico porque no se ve el arduo trabajo que hay detrás. En un buen texto no debería haber rastro de otra cosa que no sea la pura emoción de sentir eso de lo que hablaba el poeta Aleixandre: el “gran corazón de los hombres, que palpita extendido”.
James Sallis comunica. Escribe novela negra como podría escribir novela rosa, porque al final de lo que habla es de la sed profunda que nos aprieta a todos, a ti y a mí, y también a la mujer o al hombre que a veces, ya de noche, te mira con gesto extraño desde el otro lado del sofá. James Sallis comunica no porque sea un Dios infalible de la literatura, sino porque antes (la cita que hemos puesto al principio lo confirma) se ha tomado el trabajo de pensar y seleccionar qué pasos dará para construir la historia que quiere contarnos. Sobre ese andamio edifica su iglesia. Y amén. Bendito sea el sudor de su frente, rezamos los lectores.
El sudor, esfuerzo y agonía es, junto a la humildad, materia prima básica, virtud original, en quienes enseñamos o practicamos comunicación. Con un gota a gota de sudor y arduo trabajo se hacen los buenos textos, y los buenos discursos, y las buenas presentaciones de empresa… Y quién crea que eso de escribir o soltar un discurso es sumamente fácil, un coser y cantar que se teje en dos patadas, ¡va derechito al fracaso! Es más: resulta de justicia que se le derrumbe todo el edificio que pretende construir así, a la aventura e improvisando, sin andamios que lo guíen.
Tuve que morderme yo los puños el otro día, para que no se me escapara una sonrisita malévola, cuando un par de listísimos ejecutivos, absolutamente seguros de ser magníficos comunicadores, no supieron expresar en voz alta qué es lo que hacía exactamente su empresa. Menos mal que, ante el apabullante mutismo que los sobrecogió, aceptaron entonces remangarse las camisas y subirse al andamio conmigo y el resto de faranduleros guionistas y escritores, con el objetivo de cimentar y diseñar el cuento que querían contar. Ahí ya, montados sobre un andamio que les hacía sentirse seguros… ¡el escenario les subyugó! Les entró el gusanillo del teatro y el afán de mantener la tensión y el dramatismo y de encandilar al auditorio con la demostración de que efectivamente saben de lo que saben.
Lástima no haberme acordado entonces (en la reunión con los ejecutivos reconvertidos a la Farándula) de esa entrevista con Sallis que estaba cogiendo polvo en el cajón de mi mesa, y que ahora voy a sacudir un poco más, a fin de que nos ofrezca un contundente final de escena. Escuchen:
“Está todo debajo de la superficie: lo que yo pienso, lo que siento, lo que me preocupa. Las profundidades de una historia están habitadas por caimanes, serpientes y peces de cualquier clase. Palmotea la superficie y verás.”