“¿Y a mí que más me da no tener nada, si yo duermo tranquila? Te digo que sin pastilla ninguna. No como otros, que andaban a pescar mientras se les moría mi tío, que era un borrachín, el pobre, que ni comía ni nada, solo bebía. Y a la asistente social que lo trajo al hospital ya la puse yo bien a caldo. ¡Yo, que solo soy la sobrina! Me tuvo que oír. Porque a ver, dime, qué es eso de traerlo en una ambulancia todo meado, con el pantalón lleno de mierda. Lo trajo así, créeme. Yo lo vi. Lo vi cuando vine corriendo, nada más que me avisaron que estaba aquí abajo, en una camilla. La Señorita Remilgos llamó a Urgencias desde la casa, así que podía haberle puesto una muda limpia, ¿no? Pero si una es tiquismiquis y le da asco todo, pues pasa lo que pasa. ¿Cuándo se vio eso de traer a un hombre todo sucio? Pero la gente de qué va, oye. A ver, dime tú, de qué va. ¿En qué cabeza cabe? Y luego, mis primos contaban en el entierro que qué bien se lo habían pasado pescando. Pescando en el río, ellos que son de mar. ¡Si vivimos toda la vida en la orilla de Moaña, carajo! Habían ido diez días a pescar a no sé qué río de Zamora. ¡De Zamora y mi tío muriéndose! Dicen que durmieron todas las noches en unas tumbonas de una casa vieja que les prestaron, qué risa. Hay que joderse con el chiste. Yo también dormí de campamento, medio tirada. Tirada en el butacón del hospital para cuidar al viejito, que se moría. Mira tú qué gracia, todos durmiendo a la virulé.
¿Y tú sabes que me llamaron ladrona? ¡A mí! A mí, por 500 euros que traía el hombre encima y que le di a otro primo mío… Porque esa es otra: cuando el pobre de mi tío se puso malo, no vinieron a ayudarme los hijos, no. La asistenta social me llamó a mí, porque con el cuento de que ellos trabajan tanto… Pues eso: que le dieron mi teléfono para una urgencia. Y a los caraduras esos yo les llamé, pero no me cogían el teléfono. Llamé no sé cuántas veces, pero no les dio la gana de oírlo. Por eso vino Ricardo. Ay, amiga, él sí que me cogió el teléfono. Y vino. Vino enseguida, que el pobre ya va para cinco años que anda en el paro. Claro que vino mi primo, porque este sí que es mi primo de verdad y no de cuento, como los otros. Vino para quedarse con el viejo varias veces, mientras yo bajaba a mi casa a comer algo y a lavarme. Y yo le di los 500 euros, ¿y qué? No hay derecho a que nadie se preocupe de si el pobre de Ricardo, que es un bendito, tiene o no tiene para comer. Y al viejo, qué más le daba, si ya de aquella no iba a salir… A los de la pesca no les iba a dar los 500 euros. Ni 500 ni 5. Ni pensarlo. A esos ni agua. Si algún día pasan necesidad, a mí que no me miren. ¡Que vendan las cañas de pescar, que baratas no deben ser! A esos lo barato no les va. Son muy finos, ellos.
Yo hice lo que tenía que hacer con los 500 euros. A mi tío le parecería bien. Eso te lo juro yo por los huesos de la finada de mi madre, que era su hermana. Porque mi tío sería un borrachín y un analfabeto, un aldeano total, eso no te lo niego, pero bondad la tenía toda. Y por eso mismo andaba todo el mundo a reírse de él. Los primeros, los hijos. Hacían de él un pandero. El pobre no entendió nunca lo del euro, y cuando iba a pagar algo, o alguien le hacía un recado, lo sacaba todo del bolsillo, para que se cobraran. Y digo yo que hay gente buena, claro que sí. Pero también gente muy mala. Porque dime tú a ver por qué mi tío traía solo 500 euros con él, cuando yo sé que llevaba siempre encima todo el dinero que tenía. Y si él no gastaba más que en un poco de pan, porque el vino y la comida se la regalaban los vecinos, a ver, ¿cómo se come eso? Había gente que le apreciaba, que en su tiempo él ayudó a todo el mundo, y por eso a los de las casas de al lado no les gustaba verlo por los bares. Le llevaban el vino a casa y ya está. De los vecinos no tengo nada qué decir, porque más de una vez, cuando lo veían muy mal, me hicieron a mí el favor de llamarme para que lo cuidara unos días.Lo que sí me da qué pensar es lo de la Caja de Ahorros. Porque, ¿tú sabes?, le daban la pensión todos los meses en un sobre ya cerrado, y él nunca contaba los billetes. No los contaba porque ya te dije que nunca entendió lo del euro, que ya le pilló mayor y borrachuflo. Y yo una vez le quise ayudar y contarlos, pero me chistó para que no abriera el sobre.
Así que dime, mujer, ¿cómo no le iba dar yo los 500 euros al otro sobrino de él, al que me ayudó a cuidarlo? Que busquen, los de la pesca. Que busquen, que busquen, a ver qué encuentran en la casa. Aún andan buscando, jaja. Un chiste, ¿sabes? ¡Pero a mí no me importa! Duermo tranquila, ya te dije. Y que me llamen ladrona bien alto, a mucha honra. ¿O no tengo razón? Pero bueno, luego hablamos, que tu padre anda adormilado, pero el mío… ¡Míralo, ay por Dios! Papá, no se quite eso de la nariz. ¡No se lo quite, que es el oxígeno! Ay, mujer, aprieta el timbre de la enfermera, haz el favor. A ver si puedes tú… ¡Papá, no manotee, que me hace daño! ¡LLAMA! Llama por mí, por favor, que no le puedo soltar las manos. Cómo pierde la cabeza, el pobre… No quiero yo llegar a esto. Ya se lo dije a mis hijos. Que yo así no quiero estar. Que de vieja me metan en algún sitio, que yo no soy quién para darle la lata a nadie. Mi padre sí, porque el pobre trabajó mucho, pero yo no. Yo no. Ni hablar. No quiero esta carga para mis hijos. ¿Quién la iba a querer? ”
(Esta historia que os acabo de contar es ficción, pero también realidad. Está construida a base de fragmentos de conversaciones escuchadas en los pasillos de un hospital de la Ría de Vigo. Podría formar parte de la vida de cualquiera de esas mujeres maduras que cuidan de sus padres y tíos ancianos, y también de sus nietos y de cualquier desvalido que se cruce en su camino. Ellas son el verdadero activo sobre el que se sostiene gran parte de la economía oculta española. A veces están ya jubiladas, pero en muchas más ocasiones de las que pensamos son mujeres que se han quedado fuera del mercado laboral ante la necesidad de atender primero a sus hijos, después a sus padres. No es que no quieran trabajar; es que hacen el trabajo invisible y gratuito -los viejos, los niños- que nadie asume. En algún momento de su vida la necesidad las colocó en el brete de renunciar a su anterior identidad laboral y ahí se quedaron, varadas, despreciadas en algunos casos.)