Hay una gran lección de literatura en las fotos de los periódicos. La hay siempre, pero estos días es imposible no fijarse en ella. Nos asalta desde las fotos de portada, disparándonos a bocajarro toda su evidencia. Hemos visto a Rajoy abrochándose la chaqueta como si Pedro Sánchez fuera un bulto menospreciable. Hemos visto al líder del PSOE apretando la mandíbula y mirando asombrado al Presidente del Gobierno. Y a Albert Rivera escrutando la cara de Rajoy mientras Rajoy miraba a los fotógrafos, atento a quedar bien.
Las imágenes de estos días cuentan pocos cuentos. Rezuman una narrativa más densa que la de los más concentrados versos de nuestros mejores poetas. Las imágenes no cuentan cuentos, pero cuentan la verdad. Las imágenes, infinitamente más cotillas que las palabras, nos han mostrado muchas cosas: también todo el filo de ese colmillo que Pablo Iglesias no sabe esconder. Como tampoco a veces sabe esconder esa media sonrisa que traiciona su idea de que la revolución exige drama, declamación y daga. Cómo si tu no supieras, Pablo, ¡tú que vienes de abajo!, que la revolución es ese gesto mínimo y esforzado que las buenas gentes acometemos cada día, esa negociación y transacción continua, esa rendición inevitable de nuestro egoísmo al bien de nuestra familia.
Yo, como millones de ciudadanos, estoy hipnotizada por esta película muda que los fotógrafos nos entregan.
Confieso que, desde hace muchos días, las palabras sólo me distraen. No me interesan ni el texto del periódico ni el comentario del cronista de la tele. Lo que me fascina es la cara y el modo de doblar o extender el brazo que tienen esos señores que se supone que representan mi voto, mi voluntad, mi fe en un país mejor.
Decía que hay una gran lección de literatura en las fotos que todos escrutamos (el verbo “ver” se queda corto) porque las grandes novelas, o sea, las novelas clásicas, esas que sobreviven a las modas, esas que leen millones de personas y no doscientos amiguetes, no usan la palabra para describir a sus personajes. Los genios de la literatura, los narradores que de verdad consiguen crear mundos, suelen dibujar a sus héroes y malvados no a través de lo que dicen, sino mediante un gesto de la boca, de una forma de extender o apretar la mano, de ciertas arrugas –de risa o de cabreo- que se forman en torno a los ojos.
En la literatura, las palabras que dice el personaje son su envoltorio, un envoltorio a menudo adornado con un lazo. Los gestos, sin embargo, siempre lo retratan desnudo.