“El que derrota al monstruo/ y ocupa su lugar/ se vuelve el monstruo”, dice un poema de José Emilio Pacheco. Eso es algo que los ciudadanos comprobamos cada vez que hay un relevo en el Gobierno: los partidos de la oposición, al poco de llegar al poder, empiezan a hablar más o menos el mismo lenguaje del “monstruo” al que acabamos de echar gustosa y pacíficamente, a urna limpia. Es una lástima ese momento en el que el sonrosado querubín al que hemos empujado hasta la presidencia del Gobierno empieza a enredarse en la pato-lengua , el insustancial cuac-cuac propio de los que ya mandan y ordenan y deciden y hasta quizá, Dios no lo quiera, se ponen a mangonear por los rincones. En fin, decía que es una lástima ese momento… en el que a mí me fastidia que se instale a veces Pedro Sánchez, líder del PSOE.
Los partidos políticos entrenan a sus líderes para dar siempre la respuesta que quieren dar, sea cual sea la pregunta que la prensa, o los ciudadanos, les planteen. Así, ya puede uno preguntarle al presidente del Gobierno sobre el encarcelamiento de doscientos cargos públicos, que él estará encantado de responder: “Sí, el paro va descendiendo; ya anunciamos que la economía se está recuperando.” Pedro Sánchez no es Rajoy, gracias al Cielo, pero a veces tiene maneras típicas de mi paisano Mariano. Pedro, a veces, contesta como el señor de Pontevedra que nos gobierna. Como si el pan fuera vino, o las hortensias cardos. Y eso es algo que a nosotros, los que vamos a votar, no nos gusta ni un pelo. Se supone que un político tiene la cintura flexible, ¿no? Que un político es, ante todo, alguien con una supina capacidad de adaptarse al entorno… ¡y a las preguntas que le hacen, por favor! Ya sabemos que cada liderillo tiene la obligación de seguir el librillo del partido, pero ser disciplinado y atenerte a lo que debes decir no es lo mismo que volverse sordo.
El francés Philippe Salazar, estudioso de la Rétórica, ha sintetizado ese tipo de conducta en este enunciado: P=R+p. Es lo que él, muy barrocamente, ha dado en llamar “fórmula einsteniana de la performance oratoria”. La fórmula se enuncia así: ante cualquier pregunta (P), se responde rápidamente en pocas palabras (R) y se agrega en el momento una cuestión (p) importante y que es uno de los temas que necesariamente queremos sacar en la conversación. Con ese truco, al final el político -o quién sea el orador- está seguro de cubrir de cubrir su “agenda”, es decir, los mensajes que sí o sí nos quiere colocar.
Yo no sé si el encargado de la droguería de mi calle sabe de performances, o de filosofías. A lo mejor sí. En esta España tan rara que padecemos, a lo mejor tiene tres másteres en Historia del Arte y dos en Prosodia del Pensamiento Político Moderno. Pero lo que yo sé es que, a eso de contestar a una cosa con otra, él le llama, simplemente, “dar perros por gatos”. Sé eso de él, y también otra cosa: que le fastidia mucho, una enormidad (igual que a mí), que el líder de la oposición utilice los mismos trucos irrespetuosos con los que el Señor que Manda Ahora lleva años golpeándonos.
A mí me gustaría que el caballero que aspira a ser el próximo presidente del Gobierno se acordara, de vez en cuando, de que vive y discursea en un país de gente si no muy leída, al menos sí muy ida a la escuela y muy escuchante de radio y tele. Tenemos unos oídos finísimos y distinguimos muy bien entre la lengua de madera que utilizan los partidos políticos y el lenguaje sutil, desprovisto de brocha gorda, que utilizan los verdaderos líderes.
Los ciudadanos somos perros viejos. Y solemos dar la espalda a quien maulla o ronronea como un gato ególatra, en lugar de aullar como un perro fiel y fiero. Esto seguro que ya lo sabes tú, Pedro, desde hace mucho, muchísimo tiempo. Sólo que, a lo mejor, tanto estruendo de tanto sesudo asesor pululando alrededor… te está dejando un poco sordo. ¿Reseteamos?