El desenlace de la historia de CharlieHebdo no lo han escrito los terroristas. Lo redactaron esta mañana los millones de franceses que acudieron a comprar el nuevo número de la revista satírica. El desenlace es un beso a la libertad, un happy end construido sobre la decencia y la convicción de que Dios es bondad, en ningún caso terror.
Cuando niños, aprendemos cómo funciona el mundo a través de las narraciones. Esperamos expectantes a que nuestros padres y profes nos cuenten qué pasa en un cuento, en cualquier historia, después de que alguien haya sembrado un conflicto. La historia del mundo, nuestras propias historias personales, son la sucesión de los desenlaces -de las soluciones- que nosotros mismos vamos dando a cada conflicto con el que nos enfrentamos.
Los fanáticos son adultos incapaces de recordar lo que a todos nos enseñaron de pequeños: que el conflicto nunca es la parte final de ninguna historia, sino sólo su zona intermedia, el nudo o climax que conduce a un desenlace.
Emma Bovary y Romeo y Julieta se suicidan porque son incapaces de superar el conflicto que Flaubert y Shakespeare les ponen delante. Emma y los enamorados de Verona son personajes de papel, marionetas que bailan al dictado de quien los creó; ni la una ni los otros son libres: no tienen el poder de pensar por sí mismos y, por tanto, de modificar el desenlace de su historia. A mí, los terroristas me recuerdan mucho a estos trágicos personajes literarios: son esclavos sometidos a una voluntad ajena.