Tienen los políticos la manía de creer que, para ganar nuestro favor, basta con subirse a una tribuna y enhebrar dos o tres frases mal cortadas y peor cosidas. Como una camiseta o una chaqueta china, mismamente.
Los de arriba actúan como si a los de abajo nos gustara a morir la ropa que venden en los chinos, cosa que no es mentira del todo pero tampoco la completa verdad. Claro que nos atraen las baratijas, pero sólo durante un rato. El encantamiento se nos pasa al primer contacto con la realidad, en cuanto bajamos al metro y al pantalón tan mono se le desabrocha la cremallera -sin remedio, indesmayablemente- cada vez que hay que empinarse un poco y agarrarse a la barra que atenúa el impacto de los virajes y frenazos.
Este 2015 va a ser, para los españoles, un año de mucha tribuna y mucho lenguaje cortado por los patrones del textil chino. Con eso de que vamos a celebrar comicios generales, y municipales y autonómicos, nos van a explotar las costuras de la paciencia. Me aterra la invasión de vocablos de saldillo que vamos a soportar. Me da pavor, sobre todo, la frivolidad con la que muchos it-boys e it-girls de la política española pasearán a diestra y siniestra, por todos los fashion púlpitos y pasarelas del país, la palabra sobre la que organizamos nuestra vida y también todo nuestro sistema social. Me refiero a la palabra economía.
Está realmente in, la palabra economía. Anda tan en boca de todos ( y todas, of course), que casi se nos ha olvidado que la economía es la esencia de la política y no una víctima o un triunfo colateral. Estamos encastrados en ella, condenados a vivir en ella, desde que pagamos la factura del nacimiento hasta que dejamos cubierta la factura de la última morada. Y nos subyuga y nos secuestra (aunque intentemos rehuirla o disfrazarla con vocablos oscuros) porque es un misterio, una intriga eterna, pura literatura que nunca tiene respuestas exactas para ninguna crisis. La única respuesta que puede darnos no pertenece al campo de las matemáticas, sino al de la predicción y la esperanza. Por muy armados que vayan de cifras y gráficas comparativas, al final los políticos siempre nos cuentan un cuento; el cuento que ellos extraen de la lectura -de la interpretación- de todos esos datos.
El quid del hartazgo o ilusión que los españoles sintamos en los próximos meses está en la calidad de ese cuento. Ojalá nuestros políticos fueran capaces de ofrecernos corte y confección de primera calidad, un fino trabajo de sastrería y repujado. Podrían intentarlo. Por favor, ¿podrían? No saben cuantísimo se lo agradeceríamos en este largo año electoral, o pre-electoral, o pre-tostón, o tostón-total. ¿Tan difícil sería convertirlo en algo enjundioso y jaranero, tan lleno de vida como vital es para todos? Sería un alivio, señores políticos, que tuvieran ustedes la bondad de manejar las palabras económicas con mimo y no al descuido, con precisión y no con el negligente desaliño de los apresurados obreros de un taller chino cualquiera. ¿Saben qué?: a lo mejor esa es la única manera de que ustedes -como me sucede a mí cuando me dejo deslumbrar por un pantalón/baratija- no se queden con las bragas al aire.
La ropa bien cortada y cosida es más rentable que ninguna. Pero eso es algo que todo el mundo sabe, ¿verdad? Incluso los políticos que nunca bajan al metro ni corren el riesgo de que un frenazo les baje la calamitosa cremallera del cutre-pantalón con el que esperaban llegar vestidos, decentemente vestidos, hasta final de mes.