Escriba con esperanza, que siempre gana

El desayuno de los remeros", una obra que, como todas las de Renoir, transmite esperanza y alegría de vivir.

“El desayuno de los remeros”, una obra que, como todas las de Renoir, transmite esperanza y alegría de vivir.

Esperanza es el nombre propio que yo hubiera querido para mí cuando era niña y me avergonzaba de esta Esclavitud que soy. Esperanza (Aguirre) es también el nombre de la política más descarada, oportunista y popular que tenemos en España. Y esperanza es, asimismo, el caballo ganador al que deberían apostar todos los que aspiran a  triunfar, o al menos a comerse alguna rosca, en esto de escribir y comunicar.

La esperanza es el activo más rentable de la comunicación, la inversión que genera más dividendos, la flecha que siempre da en la diana.

Hablar con esperanza es lanzar un halago a aquel que nos escucha. ¿Se acuerdan del “Yes, we can”? ¿Empiezan a recordar por qué ese lema tan simple se convirtió en la pesadilla de los que no querían ver cumplido el sueño, la oración, la esperanza de Martin Luther King?

La esperanza vende infinitamente mejor que el miedo. Y quien dice la esperanza dice todo lo que es positivo, todos los mensajes que prescinden de la negación de algo o de la crítica a alguien. En la esperanza se halla la olla de la fortuna, esa que la leyenda dice que nos espera al final del arco-iris.

Tienda su arco-iris. Permita que salga el sol entre la lluvia y las tormentas que nos abruman. No critique a su adversario. Ensálcese a si mismo.

Un “no” es un puñetazo en el alma del que te lee, te oye o se interesa por lo que le puedes vender. ¿Quién ha conquistado a un novio hablando mal de la asquerosa rubia imponente que compite contigo en ponerle ojitos? ¿Quién reconquista a su mujer diciendo “es que me aburría con la Otra”? “A veces un no niega/ más de lo que quería, se hace múltiple”, escribe el poeta Pedro Salinas.

Seduce quien halaga y promete, no quien critica y castiga.

“El hombre más poderoso sobre la tierra va a ser elegido (…) Ha creado una imagen de sí mismo valiéndose de azucaradas puestas de sol, de rostros, de tópicos, y nadie recuerda lo que ha dicho. Que, dicho sea de paso, es puro bla,bla,bla”.

La cita corresponde a un clásico de la publicidad electoral: Cómo se vende un presidente, de Joe McGinniss. El líder al que se refería McGinnis era Richard Nixon, conocido más tarde como Dick El Mentiroso. ¿O era Dick El Sucio? Ahora no me acuerdo exactamente…

Lo negativo se queda en la memoria un ratillo corto, mientras hace gracia. Pero lo positivo no se nos fuga. Lo asentamos en el alma. Porque da gusto, ¿verdad?, hacerle un hueco dentro de nosotros al rosado atardecer, al dorado amanecer, a las buenas palabras, incluso a las empresas petrolíferas que no agujerean la tierra, sino que extraen energía para que nuestros niños vivan calentitos y la sopa esté en su punto.

Money, money

¿Quién no vendería su alma a cambio de un poco de esperanza? Lo saben muy bien, y a eso juegan, los movimientos  xenófobos que luchan contra el extranjero y lo tildan de diablo. En el fondo de ese rechazo late el miedo, pero es un miedo que se oculta ladinamente, que se emboza y se envuelve en el alegre y crujiente rebozo de la esperanza. Hitler disfrazó el terror que quería inocular en los alemanes –terror al diferente, al judío y el gitano- con el grandioso sueño de la superioridad de la raza aria. Y si les parece raro o poco cabal lo que digo, rebobinen su cerebro y piensen por un momento en la película Cabaret, la de Liza Minnelli y Bob Fosse; la escena más impactante es precisamente aquella en la que los dos amantes de Liza -rico empresario uno y pobre profesor otro- asisten aterrados al hervor de la esperanza nazi, de pronto encarnada en un joven, arrebolado y bucólico cantor.

La esperanza y el miedo son el anverso y el reverso de la misma moneda. Por eso caben ambos en las palabras de Hitler, demoníaco portavoz de la segregación, y también en las de Obama, apóstol de la unidad.

¿Recuerdan ustedes cómo terminan todos los discursos de investidura de los nuevos líderes, la primera vez que acuden al Parlamento tras ganar las elecciones? Siempre rematan la faena con una llamada al futuro que construiremos juntos, a la esperanza que nos debe unir a todos, aunque hayamos votado al partido que se queda agazapado, esperando su oportunidad.

La esperanza, en el fondo, es una forma de ambición.

Los políticos con esperanza de ganar elecciones hablan con tanta ambición que a veces hasta son capaces de revolucionar el lenguaje económico. Fue Bill Clinton, en los años 90, quien empezó a mencionar la palabra “inversión” como sustituto de “gasto”. El marido de Hillary, de quien los comunicólogos dicen que es el mejor orador de la Historia (por encima de Obama), empezó a machacar una y otra vez con esa palabra larga y rotunda, dotada de empaque.

Inversión, inversión e inversión, en lugar de gasto. ¿Palpa usted la diferencia? Inversión es el futuro, lo abierto, la rentabilidad. Gasto es lo que no volverá, lo acabado, lo que se cuela por el agujero, puro déficit, un desastre que lastra.

El gasto es pasado. La inversión es futuro, o sea, esperanza.

Acerca de Esclavitud Rodríguez Barcia

Periodista y escritora, autora de las novelas "Un rumor que no se va" y "Nunca más tu sombra junto a mi". Ha trabajado como consejera técnica en la Secretaría de Estado de Comunicación (España) y formó parte del equipo fundador de Inversor Ediciones. Redactora en prensa económica y creatividad publicitaria. Nació en Vigo en 1961. Es Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense y Máster en Comunidades Europeas por la Escuela Diplomática de Madrid.
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