Palabra escrita, la tecnología que descuidamos

La guerra en 1940, según el pintor  británico C.R.Nevinson.

La guerra en 1940, según el pintor británico C.R.Nevinson.

La palabra es tecnología punta.

¿Que no me creen? Pues escuchen lo que oí ayer en el telediario:

“-Tranquilos. Venga, calmaos.

-Calmaos vosotros, que nosotros no tenemos armas.”

Es un diálogo entre soldados rusos y ucranianos. Un diálogo denso, más desbordante de significado que la rimbombante pompa de cualquier discurso.

Aunque nos quieran convertir en carne de cañón, somos carne de palabra. Por eso traigo aquí este testimonio. Por eso las palabras se blanden como escudos en la orilla de una guerra que ojalá no estalle.

Una palabra puede cerrar de golpe una sima y abrir el cielo. Todos lo sabemos. Lo hemos comprobado muchas veces en nuestra vida diaria. Lo confirmamos en el ejemplo del soldado ucraniano que convierte su frase -su réplica al ruso- en una daga, pero también en una bandera blanca.

En la palabra cabe todo. La guerra y la paz, la agresión y el abrazo. La sutileza de todos los pensamientos acumulados durante muchos siglos de civilización.

“Si hablas bien estás demostrando que piensas bien”, rezan por ahí los carteles publicitarios de las escuelas de oratoria. Eso también lo sabemos todos. Lo tenemos muy presente. Lo vemos y confirmamos todos los días, a todas horas.

Aceptamos que cerebro y boca están unidos. Estamos convencidos de  que quien habla bien piensa bien. Pura lógica. Lo extraño es que se nos haga ancha, gigantesca, la distancia entre cerebro y dedos.

Confusiones

¿Por qué nos reímos del que farfulla y, sin embargo,  tendemos a ser tan benévolos con los que escriben en curva, retorciéndolo y alargándolo todo? Puede que la respuesta esté en ese atavismo que quiere anclarnos a la era de la Ilíada y la Odisea, cuando toda la literatura y la ciencia, todo lo que la Humanidad iba conociendo, se transmitía a través del habla.

Qué antiguos somos, si ese atavismo existe de verdad y no sólo en mi imaginación.

Qué retrógrados y decimonónicos y homéricos.

Pero yo tengo la esperanza de que estos tiempos de Internet, tan consagrados a la escritura, nos hagan darnos cuenta de que también las manos están muy cerquita del cerebro y de que quienes escriben mal es porque piensan mal. Repito el orden, para que no quepa duda: al escribir mal, se piensa mal. La chapuza a la hora de puntuar y estructurar los argumentos hace que el pensamiento permanezca en bruto, sin pulir. Lo deja enfangado, cubierto por carretadas de lodo, de descuido y desaliño.

Uno puede escribir tan bien o tan mal como un ingeniero hace bien o mal su trabajo.

Escribir bien es dominar una tecnología punta que despreciamos con demasiada facilidad. Para manejarla con destreza necesitamos cálculo y estudio de los materiales. Lo mismito que un ingeniero, aunque nosotros al cálculo y estudio de los materiales les llamemos puntuación, sintaxis y léxico.

Qué poca comunicación se conquista cuando las comas estallan con estruendo entre el sujeto y el verbo, cuando los puntos y seguidos padecen el Síndrome de la Ausencia, y cuando los puntos y aparte padecen deflación.

Una mala puntuación desestructura el texto, lo convierte en una masa amorfa de frases deshilachadas en las que resulta difícil encontrar coherencia y belleza, esa emoción que hoy todas las escuelas de e-business y e-journalism on the rocks, ohyeahh venden como objetivo estelar.

A muy pocos organizadores de másteres se les ha ocurrido que, para enseñar Comunicación, hay que atender a los cimientos, además de al bello diseño de líneas del  tejado. ¿De qué sirve conocer todas las redes sociales si uno no sabe escribir en ellas con claridad?

Nos esforzamos al máximo para enseñar a los futuros comunicadores entonación, apostura y elaboradas técnicas de discurso, no vaya a ser que la palabra no suene como debe. Pero, entre medias, se nos ha olvidado machacarles las cuatro reglas básicas de nuestra particular ingeniería:  la importancia de escribir pensando en el receptor; la ineludible necesidad de empezar por la conclusión; la precisa función del punto y la coma, y también del punto y coma y del punto y seguido; la insoslayable tarea de editar y editar y volver a editar, a fin de que el edificio nos quede limpio y atractivo, además de sólido.

Enternece y abruma a la vez comprobar hasta qué punto los chicos que se preparan para hablar y escribir en nombre de muchos, para ser portavoces de la sociedad, se sorprenden del dedo que de pronto les señala el punto flaco. El otro día, yo no sabía si reír o llorar cuando, dando una clase, advertí las caras de susto que me pusieron unos cuantos  futuros colegas. Si yo solo les había dicho que para mí el colmo de la tecnología punta es  Madame Bovary

 

Para más información, consulten:

Vivir sin comas http://www.elmundo.es/cultura/2014/02/28/5310be95e2704eab548b4586.html

@ORTOGRAFIA

@OrtografiaReal

Alberto Bustos  http://blog.lengua-e.com/

Cómo escribir de economía y finanzas ¡en español! http://www.nautebook.com/noticia/748/Coleccion:-Espanol-de-Negocios/Como-escribir-de-economia-y-finanzas…-en-espanol.

Acerca de Esclavitud Rodríguez Barcia

Periodista y escritora, autora de las novelas "Un rumor que no se va" y "Nunca más tu sombra junto a mi". Ha trabajado como consejera técnica en la Secretaría de Estado de Comunicación (España) y formó parte del equipo fundador de Inversor Ediciones. Redactora en prensa económica y creatividad publicitaria. Nació en Vigo en 1961. Es Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense y Máster en Comunidades Europeas por la Escuela Diplomática de Madrid.
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