Huyendo de las nazi-feministas y de las pijadas del pop-feminismo

Acabo de ver en la tele que, en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, están estrenando semáforos paritarios, o sea, semáforos en los que el muñeco lleva faldita. Y francamente, y a riesgo de que me persigan las ayatolahs del feminismo, voy a confesar una cosa: ¡me parece una parvada como un piano! Lo de parvada, por si alguien tiene dudas, viene de parvo, de cosa infantil.mami

Estoy hasta el moño de quienes frivolizan el feminismo. Me dan ganas de coger la zapatilla y pegarles en el culo y poner contra la pared a todas esas gentes (ahora se dice así, ¿verdad?) que avergüenzan a mi madre, quien durante muchos años se levantó a las cinco de la mañana para ir a trabajar. Mi mamá me enseñó que el feminismo consiste en respetarte a ti misma y no creerte menos que nadie. Y eso es lo que yo he tratado de inculcar a mis hijas. Pero hete aquí que, en pleno siglo XXI, las pijo-feministas y las nazi-feministas usan el megáfono no al digno modo en que lo hicieron nuestras abuelas sufragistas, sino al modo ridículo de unas payasas que no tienen nada que decir. Nada que no tenga que ver con el juego absurdo en torno al género de las palabras, o la cuestión -¡trascendental!- de si al muñeco del semáforo le ponemos o no faldita. Y mientras, qué importa que en el Congreso se proponga una Ley de Igualdad Salarial, una ley que -si algún día nuestros políticos consiguen formar gobierno- podría evitar que las mujeres tengamos que trabajar 79 días más al año para ganar lo mismo que nuestros colegas varones. Por Dios, ¡lo que importa es que el semáforo lleve faldita y el concejal de turno se haga una monísima foto junto al monigote que regula el caminar de los ciudadanos!

Hace unas semanas, la casta del feminismo-pop que padecemos me escandalizó muchísimo (sí, yo soy tan antigua que todavía me escandalizo). Me sentí profundamente vejada cuando la diputada Carolina Bescansa, en el día más importante de su reciente vida laboral, llevó a su bebé al Congreso. Ese gesto me pareció peligrosísimo porque envió a todos el mensaje equivocado: dio el mensaje de que los niños son cosa de las mamás, y no a partes iguales de las mamás y los papás. Yo me pregunto si, en el día más importante de su vida laboral, el papá del Bebé Bescansa llevará al crío con él, a su trabajo.

Creerse cool, llevar los labios pintados de intenso rouge a lo chic parisino, o las canas en estado primitivo, no te transforma en feminista. Feminista soy yo, que he mamado de mi mamá cuánto vale el trabajo de una mujer. Feminista soy yo, que he criado niñas que reclaman el mismo sueldo que sus colegas varones. Feminista soy yo, que me atrevo a escribir estas líneas tan poco alineadas con el mensaje que envían los que tienen el poder por el mango.

Andan celebrando algunos el Día de la Mujer, ese puñetero 8 de marzo que odio desde el día en que un colega mío, en el periódico en el que yo trabajaba, me entregó un clavel, como a todas mis compañeras. Odio ese día no por la galantería de entregarte una flor (yo me pirro por la caballerosidad), sino porque ese mismo colega acababa de reprocharme el quedarme embarazada, teniendo como teníamos tanto trabajo.

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Acerca de Esclavitud Rodríguez Barcia

Periodista y escritora, autora de las novelas "Un rumor que no se va" y "Nunca más tu sombra junto a mi". Ha trabajado como consejera técnica en la Secretaría de Estado de Comunicación (España) y formó parte del equipo fundador de Inversor Ediciones. Redactora en prensa económica y creatividad publicitaria. Nació en Vigo en 1961. Es Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense y Máster en Comunidades Europeas por la Escuela Diplomática de Madrid.
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