En este durísimo invierno de 2014, caen galernas de salitre y viento furioso sobre la tierra.Pero la gente aguanta. Si el mar ruge trepidante, qué se le va a hacer. Forma parte de la naturaleza de las cosas, y la gente se zafa como puede y sigue adelante. Lo insoportable viene de otros hielos: estadísticas de paro pavorosas, precios de la luz que condenan a muchos al frío y la ropa húmeda, pensionistas que no pueden pagar el alquiler. A mí, que tengo hijos ya mayores, me asombra que un simple plátano se haya convertido en este país mío, tan desarrollado, en una merienda infantil casi de lujo.
Hay políticos que se atreven a multar a los mendigos, políticos que te echan del médico si no tienes trabajo, políticos que consideran normal sisar unos milloncitos aquí y permitir allá que los banqueros desprecien la palabra “economía”.
Hay que temer la ira de los humillados. Eso lo sabemos todos desde el día aquel en que vimos al silencioso empollón del colegio crecer y enrojecer, enrabietado, hasta tumbar de una estocada –verbal o física, da igual- al abusón del que el colectivo entero estaba secretamente harto.
La humillación es un almacén. Queridos gobernantes: teman lo que allí se va creando. Y escuchen a los maestros. Ellos tienen en las manos lecciones de educación financiera que les vendrían muy bien a ustedes, tan proclives a pavonearse de su omnisciencia.
¿Omnisciencia o inconsciencia?
¿Aguantará la gente la galerna?
La ira de los humillados es lo que el profesor Antón Costas llama “efecto túnel” , aunque él aclara que esa expresión no es suya, sino que la ha tomado de Albert Hirschman, economista y politólogo y, por supuesto, profesor.
(A veces se nos olvida que los buenos maestros, y no los poetas, son los grandes hacedores y consumidores mundiales de metáforas.)
Explica el profesor Costas que, tras unos minutos de atasco en la oscura trampa de un túnel, la resignación da paso a la rebelión… La indignación empieza cuando vemos que los coches del otro carril avanzan mucho más rápidos que los del nuestro. Y esa podría ser, casi seguro que es, la situación en la que se encuentra la España que según los discursos oficiales está empezando a salir de la crisis.
¿Durante cuánto tiempo aguantaremos que unos salgan rápido a la luz y otros nos quedemos zurciendo los harapos?
Los plátanos y el pescado fresco son objetos de lujo.
“¡No hay derecho!”
¿Cuánto tiempo tardaremos en ver expandirse esa pancarta?
Decía Stéphane Hessel, redactor de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU:
“Es necesario generar un potente movimiento ciudadano, una amplia corriente de opinión, para forzar la metamorfosis necesaria. El cambio no vendrá de un gran seísmo, sino de la suma de numerosas acciones de reforma y de transformación a todos los niveles, como afluentes de un gran río (…) A nivel político no hay que dudar en entrar en los partidos. Hay que infiltrarse en sus estructuras para tratar de cambiar su funcionamiento desde dentro.”(1)
¿Aguantará el Gobierno la galerna? ¿O tendrá que soportar el peso de la educación financiera que adorna a esta ciudadanía nuestra, tanto y tan bien formada durante los años de prosperidad?
(1) Hessel, Stéphane, No os rindáis. Con España, en la trinchera por la libertad y el progreso. Destino, Barcelona, 2013, Colección Imago Mundi, página 37.