
Imagen de Mary Cassat. pintora de la maternidad. Practicó el Impresionismo, la vanguardia de su época. Y a mí, en verdad, me impresiona por dos cosas: por la intemporalidad de algunos de sus cuadros, que parecen pintados hoy mismo, y por su historia personal, que nos hace pensar en la larga batalla que muchas generaciones de mujeres emprendieron para legarnos, a nosotras, un mundo mejor. Cassat renunció a los hijos para dedicarse a la entonces ardua batalla de luchar por la igualdad en el mundo del arte. Y ahora aquí la tenemos, entre nosotras, victoriosa, tan viva como cuando decidió enarbolar los pinceles para no desperdiciar su talento. Tan viva como nosotras estaremos en nuestras tataranietas.
No veas tú lo que llevo llorado a cuenta de la publicidad del Día de la Madre. Tengo inundado, salitroso y pegajoso el suelo del despacho/office/cuarto de la plancha/déjalo-donde-tu-mamá-que-ya-ella-lo-sabrá-y-arreglará.
Mis hijas no paran de enviarme por el wasap un torrente de vídeos que activan inmediatamente mis lagrimales: en uno, una marca de cosmética se tira varios minutos glosando lo mucho que se sacrifica la mami por una niña adoptada; en otro, una marca de alimentación infantil me cuenta que todos los niños piensan que su mamá –aunque lleve gafas gruesas y ligeros flotadores adiposos- es mucho más guapa que Scarlet Johanson, Angelina Jolie y cualquier otra bella entre las bellas.
(Un momento, please, que me acaba de entrar otra publi-peli en el móvil y tengo la pechera de la camiseta empapada…)
(¡Sniff! Estos mocos, ¡que me ahogan…! ¿No habrá un pañuelo por ahí, entre todo ese montón de ropa que me mira desde la tabla de la plancha?)
¿Por dónde iba? Ah, sí… Os decía a vosotras todas, tan guapísimas como yo, lo de las lágrimas… Pues eso… ¡que qué bien las lágrimas! Albricias. oye. Albricias y alborozo, porque debo haber adelgazado cinco kilos a cuenta de esta denodada afición que últimamente tienen los publicitarios por llenarme la vida de emociones, en lugar de alternarlas con las comparaciones. Antes sólo me encontraba La Profunda Emoción en los anuncios de la Cruz Roja y, si acaso, en los de la Coca-cola y su feliz chispa de toda la vida… Pero ahora… Ahora parece que si no lloras no vives, sniff, ejem, qué carraspera que me entra, Dios mío… Branded content, creo que le llaman a esta imparable manía de horadarnos el alma. ¿O era marketing experiencial? Uf. Me entra la duda…
(Esperad un momento, please again, porque creo que, sin querer, hace un rato metí en el horno, con la carne y las patatas, el papel donde tenía apuntado lo de la palabreja esa del branded content. Y de paso le echo también un vistazo a las viandas, que hoy es un día complicado, que qué os voy a decir a vosotras, ¿verdad?, que hoy vienen mi suegra y el novio de mi suegra, y también el de mi hija la mayor, tan lista ella/ tan listo él, y andan todos con el tenedor enhiesto, preparados para trincharme a poco que me descuide, y todo porque la última vez confundí la sal con el azúcar y comimos Pulpo a la Torrija en lugar de Pulpo a la Jalleja…)
Mxjsne… Oss… O sea, tías, perdonad el irregular typing del que ahora mismo adolezco, pero que es que tengo los dedos llenos de pomada para quemaduras. Me he abrasado al rescatar el papelajo del branded en mi horno vintage. Hornícola que es en realidad, el cabrón. Casi con fuego funciona todavía el hijo puta. Porque digo yo que mis hijas podían pensar un poco más en las auténticas necesidades de la madre que las parió y, ya que me traen a los novios a comer, regalarme un horno de esos anti-grasas, típico de las mamás de Marte, y dejarse de tanto mensajito que me revuelve el alma… y me hace arrepentirme de lo del Cefálopodo al Azúcar. Porque vale, confieso, inocente del todo con el Pulpo a la Torrija no fui, ¿eh? Pero vosotras me entendéis, ¿a qué sí, chuliñas?
Branded content, branded content… Contenta me tienen, las cabronas éstas que sólo saben darle al wasap para vaciarme el lacrimal y aquí me tienen, mimada en lo virtual/abandonada en lo real, llorando a moco tendido porque a las tontas del bote, modernas de pueblo, no se les ocurre que si de verdad querían emocionarme allá hasta el fondo, que fue por donde ellas vinieron, lo mejor que podían haber hecho era dejarse de internetes y wasapos e invitarme a la tasca de abajo, que la Higinia me pone birra y berberechos y entre palillo y palillo que veamos entrar por la puerta, bien puestito el vaquero y aún más el body-wear, ya nos apañamos ella y yo para fregar el suelo con un lagrimón va y otro lagrimón viene… ¡sin agua ni wasap ni branded content, y ni falta que nos hace!