
Madre en acto de trabajo. Obra de Mary Cassat, pintora de la maternidad que, dado que vivió en el carpetovetónico siglo XIX, hubo de renunciar a tener hijos para triunfar en el mercado del arte.
Muerdo. Se me afilan los colmillos. Me crecen por kilómetros, sólo de pensar en la barbaridad que llevo un día entero intentando digerir, pero que se me atraganta: el jueves 16 leí en un periódico nacional una noticia a tres columnas -o sea, un notición y no un suelto o breve columnilla- anunciando que Facebook y Apple financian a sus empleadas la congelación de óvulos “durante sus años más fértiles, que suelen coincidir con el período más productivo de sus carreras profesionales”.
Qué espanto, madre de mi alma, abuelas mías todas.
¿De qué estamos hablando, queridos? ¿Qué estamos suponiendo? ¿Estamos sugiriendo, quizá, la idea de que una mujer-mamá rinde menos que un hombre-papá? Peligrosa vía, tan peligrosa que abre la espita para que, en un futuro cercano, a alguien se le ocurra lanzar el mensaje de que la productividad de las mujeres “está lastrada por los dolores de la menstruación”. (Sí, sí, nenas, no os escandalicéis. Dirán “menstruación” y no regla, porque el lenguaje no es inocente, sino acusador: dirán menstruación porque menstruación suena a monstruosidad, pecado original, mordisco espantoso que la Eva salida de la costilla de Adán dio a la manzana, condenándonos a todos…)
Infiero que lo que Apple y Facebook quieren es eliminar el mordisco a la manzana, el pecado original, el parirás y no producirás… La verdad desnuda y objetiva que se esconde tras las bonitas palabras de esas dos modernísimas empresas es, simplemente, ésta: la propuesta de financiar la congelación de los óvulos parte de la idea de que la mujer, cuando se acerca al mercado laboral, está en inferioridad de condiciones respecto a los hombres. Esa es la esencia del asunto. La esencia podrida y falaz del asunto. Telita marinera. Pensándolo bien, las tres columnas que el periódico que yo leí dedicó a la noticia se me están quedando cortas. Debería haber ido a la portada, la barbaridad ésta. Sobre todo porque es la enésima burrada del mismo tipo que hemos oído en las últimas semanas…
Esto está empezando a salirse de madre.
¿De verdad alguien se cree que es una modernidad, una medida de vanguardia, esta descarada deformación de la realidad que proponen las muy tecnológicas y avanzadas Facebook y Apple? Jamás pensé que de empresas tan futuristas recibiría yo -y las dos chavalas que he criado- un golpe tan retrógrado y cavernícola.
Hace casi un cuarto de siglo, cuando estaba embarazada de mi primera hija, tuve que soportar esta reacción de mi jefe (tan joven como yo) al decirle que estaba preñada: “Joder, qué morro, menudas vacaciones te vas a pasar con los cuatro meses de permiso…” Yo me quedé helada al oírlo. Me entró un frío mortal que se sumó al frío que uno solía sentir en aquella vetusta sala de teletipos en la que le comuniqué la noticia. Pero, gracias a Dios, conforme los meses iban transcurriendo, del frío pasé al calor y a la sensación de que nunca en mi vida me había más sentido más sana, fuerte y productiva.
Productiva, sí.
Productiva porque resulta que, durante los cuatro meses de supuestas vacaciones, yo trabajé exhaustivamente para mi Estado, nación, país, sociedad o como queramos llamar a esta comuna en la que vivimos. Y una vez que volví al periódico, ante los rebuznos de quienes se quejaban de que trabajaba deprisa, en lugar de quedarme charlando con ellos y calentando la silla, aprendí a responder con este corte de mangas: “Cállate, macaco, que me voy a mi casa a trabajar para ti. Tengo que criar muy bien a mis niñas. ¿No ves que van a ser mis hijas quienes coticen para pagarte la pensión?”
Jamás volví a elegir la sala de teletipos (aislada del resto del periódico) para comunicarle a mi jefe que me cogía uno de mis días libres (penosamente ganados trabajando domingos y fiestas de guardar) para cuidar la gripe o malestares de mi hija. Jamás volví a dejar que nadie dejara caer en mi mesa la sugerencia de que las tareas maternales eran tareas menores. Jamás volví a quedarme helada ante el menosprecio del trabajo más importante y rentable que he hecho y haré en mi vida, pese a que en los años 90, en ciertos ambientes, lo guay no era tener hijos, sino presumir de recorrer el mundo, en lugar de engendrar sufridores que lo habitaran.
Durante años, la respuesta “tener hijos es productivo para el sistema” calló muchas bocas. Durante años, y mientras yo me convertía en una mujer madura, disfruté de ver a muchas jóvenes mamás y a muchos jóvenes papás trabajando con toda normalidad y ambición, tanto en casa como en la empresa. Durante años, atesoré la ilusión de que mis hijas jamás tuvieran que volver a soportar barbaridades como las que yo tuve que escuchar mientras trabajaba con tanta exactitud, pulcritud y rapidez que era capaz de terminar mi labor antes que nadie e irme a mi casa cuanto antes, dispuesta a cumplir con mi otro trabajo: producir, para la sociedad, trabajadoras sanas, fuertes y listas.
Productividad es una hermosa palabra. Yo la quiero limpia, libre de interpretaciones interesadas. Pero he de reconocer que es tremendamente vulnerable, y ensuciable, y que Facebook y Apple han tenido muchísimo talento al elegirla como cebo que atraiga a las abanderadas del pop-feminismo.
La productividad de la que hablan Facebook y Apple, ¿cómo se mide? ¿Sólo con la productividad que se refleja en las empresas? ¿Nadie ha pensado en que los trabajadores que están con permiso de crianza acumulan una productividad añadida, que es la de estar manteniendo en pie el sistema económico?
¿Alguien piensa de verdad que ser feminista consiste en hablar de miembros y miembras del Congreso, de trabajadores y trabajadoras, de ciudadanos y ciudadanas? Eso no es feminismo. Es estupidez.
¿A alguien le interesa tener una idea de cómo el feminismo -el real, no su caricatura- ha cambiado de verdad la economía y la sociedad? Si es así, que se lea la página 358 de “Vida de un escritor”, obra de Gay Talese, maestro del Nuevo Periodismo y cronista de la evolución que la sociedad (los hombres y mujeres que mueven el mundo) experimentó en la segunda mitad del siglo pasado.