
San Jorge y el dragón, de Rafael. El dragón de Hayek fue la palabra social; el de los europeos del sur, “austeridad”.
Se le atribuye a la comadreja la capacidad de succionar un huevo sin que se rompa la cáscara. Hayek, apóstol de la libertad de mercado, recurrió a esa imagen para explicar la perversión del lenguaje. Con la expresión palabras-comadreja sintetiza la capacidad de vaciar de contenido a determinadas palabras o expresiones. “Social” fue la palabra-comadreja más denunciada por Hayek. “Austeridad” sería, quizá, la que hoy más nos molesta a algunos europeos meridionales.
Las palabras-comadreja se parecen mucho al “doble-pensar” sobre el que escribió Georges Orwell.
El doble-pensar es la capacidad de sostener dos opiniones contrarias simultáneamente o, expresado de otro modo, la capacidad de olvidar todo lo que no convenga recordar y, cuando convenga, volver a sacarlo a la luz. El objetivo del doble-pensar es llevar a la pato-lengua, a un idioma en el que todo suene igual, como si fuera el cuac-cuac de un pato o el bla-bla-bla con el que nos avasallan algunos políticos.
No es casualidad que Hayek escribiera una de sus obras principales, Camino a la servidumbre, a principios de los años cuarenta, en la misma época de combate contra los totalitarismos en la que Georges Orwell compuso 1984. Cada uno a su modo, tanto Hayek como Orwell asumieron que el lenguaje sólo existe si es pura espontaneidad, un orden nacido de la interacción entre la libertad de todos los hablantes.
Para Orwell, la principal herramienta de control del poder es el neolenguaje, una forma simplificada del idioma que hace imposible el pensamiento original. En Camino a la servidumbre, Hayek insiste en esa misma idea: los totalitarismos desfiguran la realidad a través de un lenguaje lleno de consignas.
Tres consignas son las que hacen imposible la vida de Winston Smith, el protagonista de 1984: la guerra es la paz; la ignorancia es la fuerza; la libertad es la esclavitud.
¿Los recortes son el crecimiento?
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