Lecciones comunistas para capitalistas poco listos

En mi barrio de Madrid te venden las naranjas con acento chino o caribeño, pero los arreglos de ropa o los bricolajes caseros casi  siempre te los cobran con un “Grrracias” lleno de erres recias, propias de los inmigrantes que han llegado a España procedentes del Este de Europa. Mi mundo económico cotidiano, el sistema capitalista en el que me muevo, está lleno de mano de obra surgida de la exquisita atención que el Comunismo prestaba a la formación profesional y a la educación. A la verdadera educación, no a la formalidad hipócrita del sistema español, que parece que directamente tira a la cara de muchos chavales, de demasiados chavales, la  palabra más maldita de todas: “fracaso”.

Los pueblos de la URSS, hermanados en este cartel propagandístico que ahora usamos para saludar a la gente del Este que trabaja entre nosotros.

Los pueblos de la URSS, hermanados en este cartel propagandístico que ahora usamos para saludar a la gente del Este que trabaja entre nosotros.

Son millares los críos que a los trece o  catorce años ya saben que la universidad no es su sueño, sino el sueño de otros. Y a mí me parece que es una espantosa tortura ese desprecio al que los sometemos cuando  nosotros -sus mayores y los gobiernos que elegimos- dedicamos cuatro gestos descuidados y negligentes a los cursos de Formación Profesional. Si ahora mismo le echáramos un vistazo al periódico (o al telediario) de ayer, y al del anteayer, y al de hace un mes, veríamos que está plagado de noticias sobre el acceso a la universidad oh-la-la qué glamour,  y sobre la preparación o ambiciones de nuestros aspirantes a universitarios, pero no hay ni una referencia al próspero y feliz futuro, a la calidad de vida, que puede desprenderse de una FP.

Me pregunto si, en el fondo, ese vacío de nuestra prensa y nuestra tele implica que consideramos que los aspirantes a mecánicos o a delineantes o a peluqueros son machos y hembras Beta o Zeta, en ningún caso Alfa… Estoy convencida de que muchos adolescentes van a la universidad impulsados no por una vocación, sino por el temor a ser menos que los demás si no pasan por ella. Y no sólo estoy convencida, sino que tengo la seguridad, de que muchos ni-ni (chicos que ni estudian ni trabajan) se pierden en la bruma de la vagancia porque nadie les ha empujado a desarrollar en una FP habilidades que en la ESO y el bachillerato pasan desapercibidas.

Lo de Cataluña, y lo del PSOE, y lo del nuevo Rey, tiene su interés. Pero son anécdotas, pura fanfarria que no cambiará la esencia de nuestra economía.  Me gustaría que alguien se enterara de esto que digo yo pero que mucha gente comparte. Me gustaría, sobre todo, que la idea llegara al magín de esa gente universitaria que pulula por los despachos de los gobiernos.

Un cursillo de Literatura de la Realidad le daba yo a mucho asesor de frente alta, nimbada de másteres.

¡Estoy cansada ya de tanta trompeta y timbal! Hasta la coronilla me tienen. ¿Podría alguien, por favor, bajarse del pedestal?

Os hablaba antes de mi barrio. Y ahora vuelvo a él para contaros que en él trabajan Martina, Gerry y Casimiro. Martina es rumana y cose lo que le echen. Gerry es búlgaro y hace maravillas con cualquier trozo de madera que le pongas por delante. Casimiro es un pintor de brocha gorda (y gusto fino) que me demostró que pintar mi casa de verde provocaría que se pareciera en exceso a la sala de espera de un centro médico.

Hace tiempo que Martina, con quien de vez en cuando me gusta pegar la hebra, me explicó  por qué en todos los talleres de costura del barrio trabajan mujeres de los países que fueron comunistas:

“-Ay,  ¿usted no sabe…? Es que eso era lo que único que tenía de  bueno la época de Ceaucescu: que todos teníamos que saber de algo. Los muy listos iban a universidad. Y si eras un poco menos… ¿inteligentes? Me parece que inteligente no es la palabra buena aquí… No se dice así lo que yo pienso. Pregunto a mi hijo a la noche… Bueno, que me hago lianta…

-Se lía usted, Martina. Se dice “me lío”, no “me hago lianta”…

-Me lío. Me lío. Me lío, como el hilo por hablar tanto, ¿ve?… Bueno, señora, pues yo decía que entonces a los que menos éramos de estudio, nos mandaban a hacernos artesano. Por eso todas las chicas aprendimos a coser. Y los niños manejaban madera y el hierro, las cosas así que se hacen con las manos, ¿sabe?“

Martina corretea por las costuras de mis pantalones, irremediablemente estrechos a medida que cumplo años, con una facilidad asombrosa. Su destreza siempre me pone delante la evidencia de que tanto ella como  Gerry y Casimiro recibieron del comunismo al menos una cosa buena: una oportunidad. ¿Estamos dando a nuestros chicos ese mismo regalo? Cuando les veo trabajar, se me ocurre que esta España capitalista en la que vivo podría echar prejuicios fuera y aprender algo de los viejos mecanismos comunistas. Por ejemplo: la importancia de la formación profesional.

La necesidad de fomentar la Formación Profesional es un virus que los ciudadanos tendríamos que inocular como fuera en la mollera de los gobernantes. Hay que recordarles que las cuentas no salen en un país que almacena un ingente parque de universitarios y sufre el racionamiento de un ridículo escuadrón de obreros cualificados.

¿De qué nos sirve secuestrar durante años en la ESO y el bachillerato a chavales que no tienen ganas de pelear con los números y la historia, pero que sí se mueren de ganas de demostrar su talento con la música, los pinceles de todo tipo, la laca, el peine y el cincel?

De cartón está hecha el alma de algunos líderes. (Del cartón de las papeletas que les aseguran el voto fácil y demagógico).

A mi alrededor hay adolescentes que sienten que no fomentar la Formación Profesional es una privación intolerable de libertad. Un totalitarismo inexcusable.

 

Acerca de Esclavitud Rodríguez Barcia

Periodista y escritora, autora de las novelas "Un rumor que no se va" y "Nunca más tu sombra junto a mi". Ha trabajado como consejera técnica en la Secretaría de Estado de Comunicación (España) y formó parte del equipo fundador de Inversor Ediciones. Redactora en prensa económica y creatividad publicitaria. Nació en Vigo en 1961. Es Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense y Máster en Comunidades Europeas por la Escuela Diplomática de Madrid.
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