Marguerite Yourcenar escribió un primer manuscrito sobre Adriano entre 1924 y 1929. Lo destruyó y, a lo largo de las siguientes tres décadas, olvidó y retomó la idea del libro varias veces. En Cuaderno de notas para Memorias de Adriano explica el proceso. Repasarlo es una buena idea si estás interesado en descubrir algunos de los resortes que conducen a escribir un relato atractivo:
- Encontrar un punto de vista
El punto de vista es la palanca que lanza la historia. Sin él, escribiremos apuntes y notas que posiblemente tendremos que desechar. Porque no siguen ningún hilo conductor. Porque te hacen dar bandazos. El punto de vista es la línea que te marca claramente los limites y la dirección de la calzada por la que pretendes llegar a alguna parte.
Yourcenar tardó mucho tiempo en hallar esas fronteras desde las que contaría la historia del emperador Adriano. Lo consiguió en 1937, cuando se decidió a salvar una única frase (“Comienzo a percibir el perfil de mi muerte”) de todo el trabajo de escritura que realizó en tre 1934 y 1937.
Asombra pensar que ese “comienzo a percibir el perfil de mi muerte” fue lo único que sobrevivió de la segunda versión de una de las más grandes novelas históricas de la literatura universal. Asombra pero también nos permite calibrar la importancia de eso que es la mirilla, el balcón, la torre desde la que otearemos todas las aventuras de nuestros personajes.
“Comienzo a percibir el perfil de mi muerte”. Normal que la frase se salvara. ¡Está llena de serpientes! Tanto que Yourcenar decidió convertirla en su linterna: para contar la vida de un glorioso emperador muerto muchas generaciones atrás, nada mejor que la voz de un anciano, es decir, de un hombre que contempla su propia existencia como algo acabado, algo que se puede examinar, sopesar y juzgar. El lector y el narrador comparten así el mismo lugar a la hora de asistir al desarrollo de la narración.
El punto de vista elegido conducía sin apelación posible, explica Yourcenar, a desarrollar la narración en primera persona. No tenía sentido que la autora hiciera notar su presencia y se convirtiera en narrador omnisciente. “Adriano podía hablar de su vida con mucha más firmeza y sutileza que cualquier intermediario, incluida yo”.
- Utilizar los recuerdos propios
Youcenar pasó infinidad de mañanas en las calles de Roma y en la Villa Adriana, donde el emperador vivió los últimos años de su vida. La escritora también viajó por los mares griegos y las rutas de Asia Menor que describe en la novela. Marguerite estaba decidida a que sus propios sentidos se impregnaran de todos los paisajes y olores que Adriano vio y sintió siglos atrás. Así, sobre la impronta de sus propios recuerdos, imaginó los del hombre cuya vida estaba narrando.
- Superar la desesperación
Todos los que intentamos escribir nos sentimos ridículos en muchas ocasiones. Son legión los momentos en que nos llamamos idiotas a nosotros mismos, porque ¡cómo se nos ha ocurrido pensar que seríamos capaces de abordar tal o cual relato! Ese sentimiento de estar intentando algo que nos supera también asaltó a Yourcenar. Ella asegura que, entre 1939 y 1948, tras haber destruido la primera y segunda versión de su obra sobre Adriano, sentía unas veces “indiferencia” por su antiguo proyecto, otras “vergüenza por haber intentado alguna vez semejante cosa”, y siempre “desesperación” (“la profunda desesperación de un escritor que no escribe”).
Escribir es difícil siempre. Sobre todo si aún no ha llegado tu tiempo. Eso es lo que la señora Yourcenar nos advierte a todos los plumillas. Porque hay libros “que uno no debe atreverse a escribir antes de haber sobrepasado los cuarenta años. Uno se arriesga, antes de esa edad, a desconocer las grandes fronteras naturales que separan la infinita variedad de seres. O al contrario, se arriesga a conceder demasiada importancia a las simples divisiones administrativas, a las aduanas o las garitas”.
- Escribir desde nuestra propia vida y sobre aquello que sabemos
“Haber vivido en un mundo que se deshacía me enseñó la importancia de la figura del Príncipe”, afirma una escritora que vivió su madurez durante la Segunda Guerra Mundial. En la primera y segunda versión de la novela, las que escribió en los años 20 y en los 30, había pensado en Adriano como en un hombre de letras, viajero, poeta, amante, pero al terminar la Gran Guerra, aunque ninguna de esas facetas del personaje se borraba, entre todas ellas vio definirse “con extrema nitidez la faceta de emperador, la más oficial y a la vez la más secreta”.
Nos cuenta Yourcenar que, entre 1924 y 1948, abandonó a Adriano muchas veces. O, más bien, que eso creía ella. Porque, de una forma u otra, nunca dejó de trabajar para acercarse cada vez más a la figura del emperador. En 1937 leyó sobre él en la Universidad de Yale, en 1941 adquirió en Nueva York un grabado de la Villa Adriana que nunca dejó de subyugarla… Confiesa Marguerite que jamás olvidó leer a los autores que un día muy lejano, veinticinco generaciones atrás, interesaron al emperador. “Una de las mejores maneras de recrear los pensamientos de un hombre es reconstruir su biblioteca. Durante muchos años, y sin darme cuenta, yo había estado trabajando para conocer lo que guardaban esos estantes. No me quedaba más que imaginar las manos hinchadas de un enfermo sobre los rollos de manuscritos”.
Sólo otra figura histórica tentó a Yourcenar tanto como Adriano. Se trata de Omar Jayam. Pudo haber escrito sobre la vida de este poeta y astrónomo. Pudo. Pero no lo hizo “porque no conocía ni Persia ni su lengua”.
- Tres líneas para cada personaje
“Cuanto más intentaba conseguir un retrato que se pareciera a Adriano, más me alejaba del libro y del hombre que pudieran gustar”, confiesa Yourcenar. En ciertos momentos de la escritura, incluso sintió “que el emperador mentía. Así que fue necesario que le dejara mentir, como a todos nosotros”.
Los personajes son personas. Esta evidencia, que debería saltar a la vista de todo el que escribe, se nos olvida demasiado a menudo. Por eso agradezcamos a Yourcenar su confesión de que el emperador –tan débil como nosotros todos- le mentía a ella, su creadora. Y también subrayemos en rojo sangre esta nota impagable a la hora de construir un personaje:“No perder jamás de vista la gráfica de una vida humana. Que no se compone, aunque eso digan, de una línea horizontal y dos perpendiculares, sino más bien de tres líneas sinuosas, lanzadas al infinito, que se acercan y se alejan en un juego sin final entre lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser y lo que fue”.
6. Para crear hay que destruir
Yourcenar nos recuerda que, para crear, hay que ser crueles con nuestro propio trabajo. Necesitamos “rehacer” y “retocar imperceptiblemente lo ya retocado”. Este es el testimonio que nos deja en su Cuaderno de notas: “Memorias de Adriano es la condensación de una enorme obra que yo elaboré sólo para mí misma. Adquirí la costumbre de, cada noche, escribir en modo casi automático el resultado de ensoñaciones provocadas en las que yo me instalaba para llegar a la intimidad de otra época. Anotaba la mínima palabra, el menor gesto, los matices más imperceptibles. Escenas que en el libro ocupan dos líneas pasaban ante mí lentamente, en todos sus detalles. Todas esas notas, que eran como una especie de rendición de cuentas, hubieran alumbrado juntas un volumen de miles de páginas. Pero yo quemaba cada mañana ese trabajo nocturno”.
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.Libro reseñado: Yourcenar, Marguerite, “Carnet de notes de Mémoires d’Hadrien”, anexo de “Mémoires d’Hadrien” en Éditions Gallimard, París, 1974, Collection Folio.