
Ilustración de Mathew Wade
“Te ofrezco el arma”, dice uno de los alienígenas (con forma de calamar gigante, por supuesto) que protagoniza La llegada, película de ciencia-ficción que fascina porque pone al descubierto todo lo que los lectores de este blog saben muy bien: somos lenguaje. Nuestro pensamiento es lenguaje. La ciencia es lenguaje. La verdadera matemática del universo es el lenguaje.
Me gusta ir a ver pelis de marcianos porque es en las narraciones del espacio exterior donde siempre he encontrado claves para entender mi espacio interior. Hace ya muchos años-luz que, a bordo del Entreprise, la nave de la saga Star Trek, empecé a engancharme a las palabras, esas cosas que parecen tan inocentes y sin embargo son más diabólicas e infinitamente más sofisticadas que las armas más letales de la civilización más avanzada de la más alejada galaxia. Las aventuras del Capitán Kirk y el doctor Spok me descubrieron que es precisamente en el lenguaje donde está el poder.
El encanto de las pelis de ciencia-ficción no viene de los estallidos de los agujeros negros. Yo al menos no se lo encuentro ahí (para ver centrifugados ya tengo a mi lavadora), sino en la manera en que utilizan el lenguaje para hacernos creer en algo. El lenguaje es el auténtico efecto especial. Como mucha gente de mi generación que estudiaba lengua, viendo Star Trek yo me curé del complejo de inferioridad respecto a los que estudiaban física. El humor que supuraban las crípticas palabras seudo-tecnológicas del Capitán Kirk resultó medicinal: me enseñó que el poder no viene del ingeniero que idea el tornillo, sino de la astucia de quien nombra a ese tornillo y se inventa un cuento sobre lo que ese tornillo puede hacer.
La poesía de las películas de ciencia-ficción, sus palabras revolucionarias, siempre me han regalado aliento para entender qué pinto yo aquí, tan marciana como soy pero condenada a ejercer de vulgar terrícola. Ahora que iniciamos 2017 y me hago casi vieja, tengo menos idea que nunca de qué hará conmigo el año nuevo. A lo mejor me zarandea y zapatea de lo lindo. Pero puedo soñar. Para eso sirven el cine, la literatura, esos cuentos fantásticos en los que el mejor efecto especial consiste en dejar que el lenguaje dispare a pleno fuego, o sea, directo desde el corazón.