“Tengo un sueño” de Martin Luther King, quizá el más perfecto y eficaz discurso de la historia, es también una escuela de SEO, de ese Santo Grial que todos buscamos para que nuestros textos se sitúen bien en los buscadores de Internet y aparezcan en primer plano del escaparate. El Search Engine Optimization tiene un nombre complicado y moderno, pero se parece como una gota de agua al antiguo arte de la redundancia, justamente ese repetir-avanzando que tan maravillosamente bien manejan los grandes oradores.
Los mejores discursos de la historia, al igual que los poemas que nos conmueven, rebosan de redundancia. La redundancia es materia sutil, pero a menudo se nos olvida y la rebozamos en un fango blando -la reiteración- al que apenas está unida por un parentesco leve y lejano.
Reiterar es repetir. Redundar es insistir.
La redundancia es exponer un mismo concepto de forma más profunda cada vez. Cuando redundamos en algo, estamos reiterando ese algo, pero de modo que avanzamos un paso más sobre lo ya dicho antes. En “Tengo un sueño”, la redundancia es lo que aparece en estos tres comienzos consecutivos de párrafo:
.”(…) Hemos venido a este lugar sagrado para recordar a Estados Unidos la urgencia impetuosa del ahora”.
.”Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento”.
.”1963 no es un fin, sino el principio”.
Cada una de esas frases exprime un poco más el concepto de la anterior. Son frases redundantes porque van mucho más allá de la mera repetición. A la repetición, en Retórica, se le llama anáfora. La anáfora sí es una reiteración. La anáfora, para que nos quede claro, es el recurso que utiliza Miguel Hernández en este poema:
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
La anáfora y la redundancia tienen en común que crean ritmo, y a menudo los poetas y los oradores utilizan esos dos recursos retóricos conjuntamente. Lo hace Rudyard Kipling en “If” (Sí), un poema ya no sólo clásico, sino mítico. Es tan bello que no me importa ser la enésima cibernauta en reiterarlo. Aquí les dejo la penúltima estrofa, que no sólo es mi preferida, sino también un ejemplo muy claro acerca de qué es eso tan viejo -y tan moderno- de la redundancia. Verso a verso, Kipling va ampliando y profundizando un concepto que es siempre el mismo:
Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
o caminar junto a Reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos pueden contar contigo, pero ninguno demasiado (…)
La redundancia atrae y permite profundizar rápidamente en la comprensión de un concepto. La reiteración tiene el efecto contrario: cansa y distrae. Por eso Google, el Dios de la búsqueda en Internet, recomienda explícitamente a todos los cibernautas del mundo escribir con “naturalidad”, y advierte incluso que el artificio está penalizado.
¿Le parece natural este texto?:
“Vendemos humidificadores de cigarros. Nuestros humidificadores de cigarro personalizados están hechos a mano. Si desea comprar un humidificador de cigarros, contacte con nuestro especialista en humidificadores de cigarros personalizados en la dirección humidificadores.cigarros.personalizados@example.com.”
El párrafo de arriba no me lo he inventado yo. Google lo propone como ejemplo de horror y de error. Su autor ha forzado tanto la inclusión de palabras SEO (es decir, de palabras relevantes sobre el tema que trata) que ha hecho un flaco favor a la empresa que quería promocionar. Google inmediatamente arrumbará el texto a los últimos puestos del escaparate. Lo hará por ser demasiado reiterativo, por poco interesante, por escribir pensando que el cibernauta es tonto. En tres palabras: por vender humo, en lugar de un contenido real y profundo sobre la actividad que supuestamente anuncia.
El redactor de los humidificadores de cigarro se asfixió en una niebla muy común: confundió la redundancia con la repetición.
Me gustaría no reiterar, sino redundar en lo ya dicho, a través de un precioso ejemplo de la poesía clásica china. Si leemos con atención el poema que va a continuación, comprobaremos que, al igual que en el discurso de Martin Luther King, la belleza proviene de ese repetir-avanzando que es el alma de la redundancia:
“Me das unos papayos,
y yo te obsequio un jade.
No es un trueque de regalos,
sino expresión de amistad.
Me das unos melocotones
y yo te obsequio un jade.
No es un trueque de regalos,
sino expresión de cariño.
Me das unas ciruelas,
y yo te obsequio un jade.
No es un trueque de regalos,
sino expresión de amor eterno.