Los empresarios que encandilan tienen algo de quijotes, de locos idealistas que luchan contra el poder de los gigantes. El Bill Gates de Microsoft se me parece a Alonso Quijano, y también el Steve Jobs de Apple, y hasta Warren Buffet y George Soros, los dos grandes inversores que han batallado para desmarcarse del relato de caos que desprenden las altas finanzas. Conviene recordar que nos gusta convertir a esos personajes en héroes capaces de vivir andanzas justicieras, historias limpias que destierran el Terror y la Deshonestidad. Conviene recordarlo siempre, pero especialmente ahora que estamos celebrando la Feria del Libro de Madrid, ese acontecimiento al que ya casi le van cuadrando mejor las hechuras de la fashion-word “evento”.
¿Henry Ford fue un quijote? Yo creo que sí, porque quijotesca y fantástica es la historia que él contaba:
Construiré un automóvil de precio tan bajo que todos los trabajadores que cobran un sueldo decente querrán adquirirlo. Tener un automóvil ofrecerá libertad, y esa libertad es deseable. Por tanto, necesitaremos contratar a mucha gente para nuestras fábricas. Esa gente cobrará sueldos decentes que les permitirá acceder a ese automóvil barato que ellos mismos fabrican. La conquista de libertad y sueldo digno de muchos hombres nutrirá a su vez el sueño de libertad y sueldo digno de otros…
Ford no contaba un cuento de la lechera, sino un cuento de prosperidad que a muchos sonaba a brisa loca, promesas que se lleva el viento. Pero desfizo el entuerto y su ingenio -como el de Jobs o el de Bill Gates- es el que nos ha traído hasta aquí, hasta este momento en que yo convierto en impulso electrónico mi pulsión de narrarles a ustedes una historia que les lleva a sentir curiosidad por las otras que cuento mis novelas, “Un rumor que no se va” y “Nunca más tu sombra junto a mí”. Mis novelas son mi empresa.
Las empresas necesitan literatura, contar el sueño sobre el que son fundadas.
¿Por qué vendemos lo que vendemos? El porqué. Eso es lo que nos tiene que contar una empresa que aspire al éxito. El éxito, hoy, es identificación. Compramos esa camiseta de extraños estampados porque habla de nosotros, de nuestra intención de mostrarnos como bohemios y no como pijos estirados. O quizá, quién sabe, nos decantemos por la camiseta blanca lisa, sin dibujitos ni logotipos, precisamente para gritar a todo el que nos vea que nosotros somos puros y libres y nos mantenemos alejados de la mácula de cualquier tribu.
Aquellos potentes logos que las marcas cultivaron en los años 80 son nada sin la fuerza de la historia personal del hombre o la mujer que ideó, creó y empujó la empresa a la que representan. Amamos –cómo no hacerlo- esa historia que nos cuenta que Steve Jobs llamó Apple a su empresa por la muy sentimental razón de que trabajó como jornalero en la recolección de manzanas.
Lenguaje somos. Lenguaje que cuenta historias. O sea, Literatura, que en verdad es algo más profundo que eso que llaman storytelling.