Lo siento, chicos. No hay ningún conejo en la chistera. Stephen King, autor de Carrie, El resplandor y otro porrón de libros millonarios, no tiene trucos. No lleva capa de mago, sino mono de obrero. Eso cuenta en Mientras escribo, el manual que hace ya unos años dedicó a todos los aprendices del oficio. Dice que, en lugar de buscar la magia, nos arremanguemos y nos conformemos con el sudor, con la transpiración pura y dura. Porque escribir es currar y la chispa, como en cualquier otro oficio, surge de donde siempre: del trabajo arduo, del mucho leer, del mucho escribir y reescribir. Escribir es “un acto serio”, advierte el maestro. ¿Aún no te ha quedado claro? Pues escucha: “Joder, se trata de escribir, no de lavar el coche ni de ponerse rímel.”
“Joder”, sí. He escrito bien. El maestro no le tiene miedo a las riadas de tacos, ni a las palabras malsonantes y las expresiones extremadamente coloquiales. Pero, ¿sabes?, se le entiende a la primera. Es un alivio no tener que devanarse los sesos pensando si King quiere decir lo que dijo o más bien lo contrario de lo que parece. Resulta una delicia, pura fábula, esa agua clara e impetuosa en la que convierte su discurso.
King escribe como le da la gana. Porque sí. Porque está empeñado en convencernos de que la primera virtud del buen narrador es la libertad intelectual, el pensar tú, y hacer pensar a los personajes, sin dejarse vencer por los remilgos o la censura. “Escribir bien significa prescindir del miedo y la afectación”, sentencia todo fino, por una vez casi solemne. O sea, que lo que te está diciendo es que si a ti, escritor en ciernes, te parece que hay que escribir “joder”, pues escribes “joder” y te sacudes la cutre caspa de tanto ¡cáspita!, ¡eureka!, ¡recórcholis! y ¡¡¡¡caracoles!!!
Pedanterías y violines no, nenes. Dejadlas para los payasos. Eso nos susurra un profe que ha escrito “un libro corto” porque a la mayoría de los manuales de escritura “les sobra paja y tonterías”. Escribir es un acto serio, ¿recuerdas? Tan serio y tan profundo que es imposible que la mejor lección esté recluida en un libro técnico. De eso nada. “La mejor lección es la que uno se da a sí mismo escribiendo y corrigiendo”, insiste Míster King. Así que… ¿tú quieres ser un escritor de verdad? ¿Un escritor de esos que no se conforma con que su preciosa novela tire dos mil ejemplares y se la compren los amiguetes? ¿Tú de verdad aspiras a ser un escritor con miles o incluso millones de lectores? ¿Sí? Pues hala, ya sabes: encadénate a una mesa. Pero no la coloques en el centro de tu despacho, sino bajo una ventana, en una esquinita, cumpliendo la función de recordarte que es el arte el que se asombra ante la vida, y no al revés.
Esclavitud y humildad. Esos son los dos únicos trucos del Rey Midas de la literatura, del hombre de vista gastada (¿cuántos miles de libros habrá leído?) que se ha hecho de oro contando historias de terror fascinantes, capaces de sobrecoger no sólo a millones de lectores, sino a las inmensas multitudes que han acudido a los cines a ver las versiones made in Hollywood.
Mientras escribo debe ser el único libro de Stephen King que no nació con vocación de asustar, pero… ¡yo estoy muerta de miedo! Me da pavor el pensar que, si quiero escribir bien, voy a tener que quedarme tan en pelotas como él. Porque eso es lo primero que hace en el manual de escritura que tenemos entre manos: desnudarse. El monógamo y gentil esposo de Tabita Spruce, ex borracho y ex drogadicto, nos entrega el alma. Nos cuenta todos los errores que ha cometido tanto en su vida como en su escritura. Tiene que hacerlo, ¿entiendes? Si no fuera así, no nos creeríamos eso que intenta enseñarnos: que narrar no sólo consiste en idear peripecias, sino en utilizar la ficción para envolver una verdad, una verdad importante para nosotros, una verdad que nos atañe en lo más íntimo, una verdad que queremos que los demás descubran para compartirla con ellos.
Contar una verdad. Esa es la única magia, según King. Una magia que no se consigue con trucos, sino con la precaución de no perder de vista unas cuantas cosas que no son técnicas, sino reflexiones fruto de la experiencia. Yo, una Esclavitud que ya otras veces ha compartido contigo ajenas astucias de escritura, he intentado agruparlas para ti en este decálogo:
1.- Escribe deprisa la primera versión de la historia y apartala de opiniones ajenas. Las aportaciones de los demás serán bienvenidas después, tras la cuarta o quinta o sexta o enésima reescritura, cuando ya estés seguro de que tus personajes han contado lo que tenían que contar. En esta primera versión, olvídate de escribir bonito. Dice King que al cuento “en calcetines y calzoncillos” ya lo vestiremos de fiesta después, más tarde, cuando hayamos cumplido con nuestro deber básico de narradores.
2. –Lo importante es el tema y no la trama. Pregúntate a ti mismo si sabes de qué habla tu novela, sí sabrías resumirlo en una sola frase. Y no te acomplejes si no sabes escribir de lo que está de moda: cada novelista tiene sus temas; muy pocos temas; a veces un solo tema. “Dudo que haya novelistas con muchas inquietudes temáticas, aunque hayan escrito cuarenta novelas”. Pero, ¡ojo!, aunque el tema sea extremadamente importante, escuchemos la advertencia del maestro: “Empezar por las cuestiones e inquietudes temáticas es una de las recetas de la mala narrativa. La buena siempre empieza por la historia, y sólo pasa al tema en segundo o tercer lugar”.
3.-Las buenas novelas parten de una situación, y no de un argumento. Lo ideal es partir de un personaje o grupo de personajes que se encuentra en un aprieto. A partir de ahí -dice King- “mi trabajo no consiste en ayudarlos a salir del apuro, ni en manipularlos para que queden a salvo (esos serían los trabajos que requieren el uso ruidoso del martillo neumático, o sea, la trama), sino observar qué sucede y transcribirlo”. Las historias son, pues, objetos hallados, fósiles, “fragmentos de un mundo preexistente que no ha salido a la luz”. Es la intuición lo que hace que ese fósil se llene de vida. La intuición y no el cálculo de lo que debería pasar. “Para mí, el esquema argumental es el último recurso del escritor, y la opción preferente del bobo. La historia que nazca tiene muchas probabilidades de quedar artificial y forzada”.
4.-Busca la resonancia, no la moraleja. Te lo recuerdo otra vez: escribir es un acto serio. “Los mensajes, las moralejas, que se las metan donde les quepan”. La máxima meta de King es que algo de lo que ha querido decir “perdure un poco en la mente y el corazón del lector después de haber cerrado el libro y haberlo colocado en la estantería”. Ese perdurar en los otros es la resonancia, un eco mucho más sutil que la carne masticada y vuelta a masticar que nos suelen servir los escritores de moralejas.
5.-A los personajes hay que mostrarlos, nunca explicarlos. King evita escribir frases como “Annie amaneció deprimida, y quizá hasta con pulsiones suicidas”. Lo que hace es mostrarnos a una mujer callada y con el pelo sucio, devoradora de galletas, y deja que seamos nosotros mismos, los lectores, quienes veamos el mundo desde la perspectiva del personaje.
6.-Los simbolismos seducen y dan unidad, pero no te empeñes en meterlos a capón. Los detalles simbólicos que funcionan son los que surgen de tu pluma con naturalidad. Si sueles usarlos como si fueran trucos de escritura, forzando el discurrir de la historia, desde Mientras escribo King te manda una colleja de las gordas y una palabrita de las suyas: ¡bobo!
7.-Concede más importancia al escenario y al ambiente que a la descripción de personajes. Según King, eso meterá al lector más dentro de la historia que cualquier exhaustiva descripción física de protagonistas y antagonistas. “Ahorradme pues, si sois tan amables, los ojos azules e inteligentes del protagonista y su barbilla pronunciada de hombre de acción. Son ejemplos de mala técnica y escritura perezosa”.
8.-Descuenta el 10%. King cuenta que en la primavera de 1966, durante su último curso de instituto, un profesor le hizo llegar una nota de la que jamás se ha olvidado. La nota, que calificaba una redacción escolar, decía así: “(El texto) no es malo, pero está hinchado. Revisa la extensión. Fórmula: 2ª versión=1ª versión – 10%. Suerte.”
9.-Confía en los agentes. Porque no es verdad que los agentes literarios sean “una pandilla de esnobs con complejo de superioridad, dispuestos a sacrificar la vida antes que a tocar sin guantes un original que no hayan pedido ellos”. ¿No es verdad? Bueno… En fin… “Vale, algunos hay”, concede Míster King. Algunos hay, pero ellos son más listos que tú: te sugerirán que corrijas en tu texto problemas que tú ya sospechabas, y además conocen a la perfección las minucias de un complejo entramado empresarial del que tú no tienes ni idea.
10. Vete a clases de escritura si te las dan en un sitio bonito. Dice Stephen que aceptes entusiásticamente, encantadísimo de la vida, cualquier oportunidad de asistir a un seminario de clases de escritura, sobre todo si lo convocan en medio de un bosque lleno de cabañitas individuales. Explica que puede que no aprendas los Secretos Mágicos de la Escritura (¡porque no existen!), “pero seguro que disfrutas como un cosaco”, y él siempre está a favor de disfrutar como un cosaco.
Posdata:
Nos recuerda Stephen que escribir, como el agua, es gratis. “Conque bebe. Bebe y sacia tu sed”.