Las palabras de la economía tienen mucho que contar. Y algunos supuestos expertos, mucho cuento. Desconfiad de ellos, de los que se empeñan en convertir el lenguaje económico y financiero en un código difícil de descifrar.
Habría que reclamar justicia para la economía, esa ciencia que nos han enseñado a considerar una dama triste y aburrida, cuando es en realidad el pan y la sal de nuestra vida.
Casi todo lo que pasa a nuestro alrededor tiene que ver con la economía. Los políticos se lían a garrotazos verbales a cuenta de ella. En casa, muchas veces, las familias discuten no por quién recoge la mesa, sino por culpa de lo que se gasta o se ahorra, de lo que se tira o aprovecha.Y la historia que vivimos, la historia que hemos estudiado, ¿de qué trata?: casi siempre arranca de revoluciones motivadas por la miseria de la gente, de reyes destronados por un quítame allá este impuesto, o de guerras que empezaron bajo la ambición de encontrar oro u otras materias primas, quizá nuevos mercados o más rápidas, venturosas y rentables vías de comercio.
La economía está en todas partes. Hasta en la sopa. No estaría mal explicar a nuestros hijos que ese rico alimento no aparece en el plato por arte de magia, sino porque hay un sistema económico que permite a sus padres ganar dinero y atender a tus necesidades básicas.
Paro, inflación, jubilaciones, ahorro, salarios, ajuste, austeridad, recortes. No son palabras-fantasma o teorías sofisticadas, sino vocablos reales que condicionan toda nuestra vida.
La economía se mete con nosotros todo el tiempo, a todas horas. No nos deja en paz. Levantarnos cuando suena la alarma del despertador es la primera decisión económica del día. Atender a nuestro trabajo o, por el contrario, pasar de todo y pensar en las musarañas, es la segunda. Y la tercera… Piensa tú cuál es la tercera. Y la cuarta. Y la quinta. Pero no pierdas de vista que continuamente estamos tomando decisiones de inversión, decisiones en las que asumimos riesgos y de las que esperamos rentabilidades. Incluso el gesto básico de la democracia (depositar el voto en las urnas) es un gesto económico. Lo es porque elegir gobierno consiste en elegir una política económica y financiera.
Puedes cerrar los ojos a lo que te rodea. O puedes no hacerlo. Eso es elección tuya. En eso consiste el libre mercado. Pero ten en cuenta que cerrar los ojos a la idea de que todo es economía equivale, como diría Bart Simpson, a multiplicarse por cero. A desaparecer, a ser víctima de la ignorancia.
Nuestros hijos van a vivir en un mundo más sofisticado que el de sus padres. Y en una economía también infinitamente más compleja. El profesor Juan Palacios dice que un inversor de 1950 pensaba casi igual que uno del siglo XIX: se regía por los mismos cuatro principios y los mismos cuatro refranes. Pero en el siglo nuestro, en el XXI, el mundo tiene alas y las bate a velocidad supersónica, cosa que resulta genial pero también hiper-peligrosa: somos presas vulnerables, muy al alcance de los malvados; aquellos que se quieran aprovechar de lo que conocemos poco y mal, como la economía, lo tienen muy fácil. Un silbidito sibilino y, hala, ¡atrapados en la trampa!
La crisis que estalló en 2008 cogió a la sociedad a contrapié, ignorante de muchas cosas, superada por la velocidad con que la tecnología ha empujado nuestros sistemas económicos y financieros. Pero puede que ahora tengamos suerte y la próxima generación no cometa ese error de no entender del todo, suficientemente bien, el mundo en el que vive.
El Día de la Educación Financiera, que se celebra hoy, puede darnos cierta risa. A mí me la da. Un poco…Bueno, vale, ¡quizá bastante! Normal, ¿no? Normal si uno soporta de continuo una ingente acumulación de días a favor de esto o de lo otro… O sea, una burbuja de celebraciones, una inflación de… Si es que hasta en el hartazgo emocional, ya veis, es cosa económica.