“-Desde esta villa casi fronteriza, desde esta villa que siempre ha representado la unión entre Galicia y el resto del Estado, desde este pueblo que siempre ha unido la tradición con el progreso…
En el estrado, Juan acomoda su tono de voz al habitual soniquete de los mítines. Va bien, el hombre. La verdad es que conoce su trabajo al dedillo. Sus frases llegan sin problemas, con cadencia y buena dicción, al último rincón del auditorio; y pronto abandonará el discurso pulcro, educado, para introducir la arenga y los malvados juegos de palabras, dos especialidades en las que su labia brilla en todo su esplendor. Pero, aun así, Rosa siente esta mañana en Puebla de Trives un deje de ternura triste por su marido. “Juan es un buen portavoz de partido, pero no un magnífico orador, no un hombre capaz de transmitir entusiasmo o emoción a la gente”. Juan Lastra nunca será un gran líder. Quizá sí un dirigente capaz de ganar elecciones, pero no un auténtico líder. Le falta osadía, un sísmico temblor de audacia.
Por mucho que la prensa dé por seguro que Juan será el sucesor del presidente José Arrete, por mucho que todo en el entorno del PSD parezca confirmar ese destino, Rosa admite esta mañana lo que lleva tanto tiempo empeñándose en no ver: Juan no es un gran hombre, sino sólo un buen profesional, un magnífico toca-narices de la Oposición, un político joven que se ha hecho popular al salir un día sí y otro también en la tele, personificando la respuesta del PSD a las consignas que sueltan desde el PL, el otro gran partido del país.
El tiempo ha jugado en contra de las virtudes y el talento de Juan Lastra.
Cuando asumió su cargo de portavoz, el marido de Rosa había representado todo un refrescante soplo de aire para el PSD. Era ingenioso e irónico, dotado de una vena cómica que casi le permitía convertir en chiste la réplica al otro partido. Y además sustituía a una mujer -también joven- genéticamente incapacitada para apearse del púlpito y ofrecer una crítica verdaderamente ácida, alejada del molde de solemne sermón; de hecho, en la intimidad del hogar, Rosa inventó para ella el mote de Melina, en honor a Melina Mercuri, la actriz a la que siempre se recuerda encarnando las tragedias del teatro clásico griego. Melina (¿cómo llegaría ese apodo a la malvada columna de cierto periódico?) tuvo que dejar el cargo después de una tanda de intervenciones tan desmesuradamente dramáticas que alguien, quizá un Alguien que Rosa conoce íntimamente, empezó a hacer correr el bulo de que la mujer sufría de histerismo, o sea, de crisis de angustia motivada por la falta de amor verdadero en su sociedad conyugal…
Qué cosas se inventan algunos. Qué absolutamente machistas e increíbles son algunas trolas. Pero pruebe usted a dejar correr un rumor, sobre todo en estos malsanos tiempos de Internet, y a ver qué ocurre, oiga. Dese cuenta de que si alguien se inventa que tiene usted cinco patas, tendrá usted que desmentir que tiene cinco patas. Absurdos galimatías de las nuevas tecnologías, que le arrojan a uno a un mar lleno de algas, tan fangoso y enredado que es muy fácil que te encuentres de repente alimentando como un tonto la maniobra maquiavélica que se ha inventado un listo. O eso, o se calla vuesa merced y no nombra para nada las cinco patas. Pero el caso es que entonces corres el peligro de que todo el mundo empiece a pensar lo que todo el mundo sabe y es ciencia común y universal: ¡el que calla, otorga!
En fin, a lo que íbamos: el caso es que la pobre portavoza (portavoza y no portavoz) a la que Juan sustituyó, acabó sufriendo de verdad una intensa y real crisis de histerismo que él, cómo no, aprovechó en todo su esplendor. El día en que las mejillas de la portavoza pasaron del rosa al rojo sangre durante una emisión en directo, justamente cuando le preguntaron por el efecto desestabilizador para el país de las dramáticas opiniones que emitía en nombre del PSD… Ah, amigo, ¿se lo imagina? Ahí justamente estaba Juan, el encantador Juan capaz de quitarle hierro hasta al mítico puente que permite cruzar la bahía de San Francisco.
Aquel día de la accidentada emisión en directo, quedó claro para todos, incluso para los rivales del Partido Liberal, que Lastra era bastante menos peligroso que su arrebolada y temperamental predecesora. Juan, el Juan que tres años atrás se había hecho cargo de la portavocía del PSD, tenía la virtud de hacer reír a la gente que comía o cenaba echándole un vistazo distraído a los telediarios. Al oírle, puede que nadie dijera “¡qué razón tiene, qué injusticias denuncia!”, pero sí “qué gracia, hay que ver qué mala leche.”
¿Ese gracejo de Juan pertenece ya definitivamente al pasado? Rosa apunta mentalmente esa inquietud para hablarla con Ricardo. Se fía casi a ciegas del asesor. De alguien tiene que fiarse en el PSD, ¿no? Él la ha tratado en todo momento como Rosa. Rosa a secas, sin apellidos. Y es una gracia divina que así sea. En este circo de pulgas presumidas, en este mar de aguas procelosas, Ricardo será su ancla, la maroma que la atará a tierra. O su flotador, más bien. Flotador grasiento, porque mira que come el tío, y lo que le queda por engordar, si sigue visitando durante muchos días más la mesa de la Casa de Arriba.”
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Extracto de mi novela Un rumor que no se va