Este Día del Libro me recuerda que las novelas llenas de cosas y artefactos, de excusas tramposas para hacer avanzar la trama, suelen aburrirme. Me suenan a falsas y, sobre todo, me hacen pensar en que el autor es un prepotente, un pedante que no confía en la inteligencia del que lee, y que por eso tiene que explicarle al dedillo todo lo que sucede con los personajes, en lugar de dejar que los personajes crezcan y se batan con la vida. Pues algo así me pasa estos días con la política que se hace en España: los líderes que hablan desde el púlpito del Parlamento lo hacen como malos novelistas, dando por supuesto que el lector (o sea, la ciudadanía) es tonto y se cree las consignas. Todas las consignas: desde las que insisten en ver solo el lado rosa del futuro, o en confiar en el aparente tono pizpireto de una ministra-portavoz de lo más plúmbea, hasta las que acusan al Gobierno de planificar la eutanasia de todos nuestros viejos, o a los imperialistas españoles de dejar morir a mucha gente, gente que por supuesto estaría mucho más a salvo en manos de un amoroso Estado Catalán indepe de Madrid (y del resto del planeta Tierra, supongo).
Estoy hasta el mismísimo centro de mi ser de malos novelistas. Porque la esencia de la política es la literatura, desde luego. Pero debería ser literatura de la buena, la que es capaz de agacharse allí donde al votante le duele el alma. Y también hasta donde habitan las muy diversas tonalidades de gris que tan bien sientan a la verdad.
“Consuelo de la letra:/la hosca vida/ encerrada en algunos signos”, escribe el poeta José Emilio Pacheco, aquel señor mexicano, y grandote y torpón, que hace unos años recibió el Premio Cervantes mientras (eso lo confesó después) sufría porque prescindió de los tirantes con los que solía sujetarse los pantalones. La vida de verdad, ya veis, está llena de matices, y de éxitos y bienestares y fracasos relativos. Abominemos pues de los absolutistas de la realidad. Esos los hay siempre, nunca faltan en tiempos normales, pero andan en modo especialmente pirómano desde que el bicho coronavirus nos persigue. Las llamas saltan por todas partes, acechantes. Abres el móvil o enciendes la tele y ahí están, vendiéndote frases tan tramposas y espectacularmente hueras como esas que dan carnaza a las fajas de papel con las que pretenden colarnos algunos malos malísimos bestsellers. Habrá que tener cuidado, pues. Muchísimo cuidado. Yo apuesto por los refugios seguros. Por los poetas. Por mi amigo Pacheco otra vez, que lleva aquí un rato a mi lado, susurando “Ocúltate en la zarza./Que no te atrapen./El mundo solo tiene un lugar para los corderos: los altares de sacrificio”.