Un pulpo enamorado son ocho patas tropezando, tres corazones llorando.
Tres veces triste, pobre pulpo.
Ocho brazos sin abrazo, pobre amigo.
Cae en cascada la tinta, negras lágrimas de luto.
Allá en la esquina oscura de las aguas frías de la ría, Pulpo llora. Añora a todas horas a aquella que él adora.
¿Quién le manda enamorarse de la luz color naranja, puro fuego, que asoma entre las olas del atardecer?
El emperador de los abismos, rey de las profundas aguas de la bahía, se prendó de la luz sin saber que Luz es de nadie, que escapa y corre y nada en superficie, allí donde el arpón del hombre permanece siempre vigilante.
Pulpo persiguió un espejismo.
Pulpo perdió la cordura, la prudencia elemental de guardarse de las cálidas aguas de la orilla y…
¡Pero no llores, mi niña! ¿No querías cuento, mientras ponías la mesa? Un cuento de amor, me dijiste que te contara. ¿Por qué protestas? ¡Claro que esto es un cuento de amor! ¿Quién te dijo a ti que los cuentos de amor terminan bien?
¡Eh, eh, nena! Ojito con las lágrimas. Mira bien dónde caen. Porque ya tiene sal, y de la gorda, esta carne tan sabrosa, blandita como un beso. Queda por echar pimentón del que más pica. Luego vierte aceite. Corta pan. Y moja. Moja y muerde. Devora a gusto y aprende. Aprende, niña. ¿Me has oído bien? No te olvides de qué fácil resulta hincar el diente aquí, en la tierna carne enamorada.