Si no escribes de dentro hacia fuera, olvídame. Me haces perder el tiempo. Dejaré tu novela recién publicada, esa que te hace sentir Shakespeare, arrumbada en la cisterna de algún remoto bar de las afueras de la autovía.

“Lector ávido”, de Manuel Martín Morgado
¿De qué me sirve que me cuentes que vas a escribir de un malo malísimo, de un Rasputín con ínfulas de Zar? No me cuentes que el Malo es el Malo. No me lo expliques. ¡Muéstramelo! Hazle hablar con largas y retorcidas palabras, hazle andar con botas de punta de acero mal lustradas, y te aseguro que yo misma le adivinaré el grosor y la negrura de la barba, la grasa maloliente que rebosa su corazón, el fétido aliento que exhala su boca.
Si quieres conquistarme, consigue que tu protagonista viva delante de mí como se vive en la vida real: en el envés y el derecho del espejo. Muéstrame a la Bellísima o el Sospechoso en las tres dimensiones (cielo, infierno y purgatorio) en las que todos vivimos.
Si sólo escribes desde fuera, olvídame. Odio pagar por la lectura de cáscaras vacías. Estoy cansada de malos tebeos, de personajes que no llegan ni a personajillos. Me harta esa vanidad tuya de mal novelista, esa que te emborracha y te hace escribir de corrido, sin relieve, yuxtaponiendo palabras intercambiables, provocando que me escandalice al pensar que ese diálogo que escupe Lucifer tiene el mismo tono, color y sabor que el virginal alegato que pones en boca de María, madre de Dios.
No confíes toda tu intención al peligroso rojo fuego del pelo de la Chica. Claro que puedes hablarme de la poderosa mandíbula cuadrada del guapo protagonista y de los tacones hiperbólicos de la zanquilarga antagonista. Pero no lo reduzcas todo a eso, por favor. Parecería que atesoras más tópicos que talento. Si de verdad quieres subyugarme, acuérdate de mirar ahí adentro, donde tu alma. Ahí está toda la materia prima que necesitas. Sólo mirándote tú el ombligo puedes aspirar a ser un escritor. Lo otro (lo de detallarme la ropa de la Vampiresa y lo cachas que está el Hombre Duro) es propio de escribidores.
Hazme caso, compañero. Sé de lo que hablo. Ando en la misma lucha que tú.