Suárez, la dignidad y el bienestar

El 23-F, Adolfo Suárez potenció hasta el infinito la creencia de muchos jóvenes ( yo lo era entonces) de que pertenecíamos a un país en el que valía la pena vivir, un país que prometía, y en el que uno podía imponerse a sí mismo el esfuerzo de educarse, aunque fuera a costa de pasar alguna penalidad que de ningún modo cabe en la cabeza de nuestros hoy lustrosos hijos.  225px-Adolfo_Suarez_03_cropped

Extrañeza y calidez. Esa es la contradictoria sensación que, al cabo de tantos años, conservo de aquel día.

Aquella tarde, yo acudí como siempre a mi modesto trabajo por horas en las cercanías de la Castellana.  Y aquella noche, como siempre también, volví en el microbús que me dejaba en Moncloa, justo enfrente de los edificios del Ejército del Aire. Durante muchas paradas, en el microbús habíamos viajado sólo, pero no solos, el conductor y yo. No hablamos, y ni falta que hacía. Yo me había sentado dos o tres asientos por detrás de él. Yo le veía. Él me veía por el espejo retrovisor. Y así, apoyado el uno en la existencia del otro, atravesamos durante más de media hora un Madrid desierto.

Recuerdo al conductor en Moncloa, frenando con exquisita suavidad, y a mí demorándome en la bajada. Asustaban tantos bultos en la acera, empuñando fusiles o algo de apariencia absurda, incongruente en aquellos días en que ya empezaban a florecer los almendros.

-“Ten cuidado, chavala”.

-“Vale”.

Al final de mi trayecto, la voz del conductor liberaba algo más que palabras corteses. Realmente, nos habíamos acompañado.

Con el pie ya en tierra, me di cuenta de que los bultos imponentes (y armados) eran chavalitos de mi misma edad, observando que quien les miraba era tan joven y estaba tan desconcertada  como ellos. Ellos cumplían con su deber de reclutas. Yo volvía de cumplir con el mío.  Y el conductor haría lo propio: seguiría haciendo su ruta por la ciudad desierta, encontrando quizá otros compañeros silenciosos.

A esas horas, ya sabíamos todos que algunos ciudadanos corrientes, comunicadores de profesión,  se habían jugado la vida para hacernos saber que en el Congreso había políticos que creían en su trabajo, personas –como Adolfo Suárez y el militar Gutiérrez Mellado- que también estaban cumpliendo con su deber.

La imagen de Adolfo Suárez sentado en su escaño, defendiendo su dignidad y la nuestra, siempre se lee como un mensaje político, pero a mí me gustaría recordar hoy aquí que la dignidad de nuestros líderes, el ejemplo que nos dan cuando ponen todo su empeño en el trabajo, tiene también una lectura cien por cien económica: su dignidad -la de ellos y la nuestra- es el principal y más sustancioso abono del Bienestar.

“La libertad guiando al pueblo”, de Eugene Delacroix

Acerca de Esclavitud Rodríguez Barcia

Periodista y escritora, autora de las novelas "Un rumor que no se va" y "Nunca más tu sombra junto a mi". Ha trabajado como consejera técnica en la Secretaría de Estado de Comunicación (España) y formó parte del equipo fundador de Inversor Ediciones. Redactora en prensa económica y creatividad publicitaria. Nació en Vigo en 1961. Es Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense y Máster en Comunidades Europeas por la Escuela Diplomática de Madrid.
Esta entrada ha sido publicada en Sin categoría y etiquetada como , , , . Guarda el enlace permanente.