Cuéntamelo todo y te adoraré, Político mío

El pato Donald, en una de las múltiples versiones del pintor Kaj Stenvall.

El pato Donald, en una de las múltiples versiones del pintor Kaj Stenval.

Quiero un cuento político de carne y hueso, sin entrañas de cartón piedra. Quiero una historia verosímil, no una fábula. Adoraré al  líder que me ofrezca un relato detallado de cómo en íntima compañía, juntitos los dos, nos vamos a salvar de las garras del Dragón. Yo, española de la crisis que no acaba, necesito un novio tan valiente como yo lo he sido desde siempre. Por eso ansío un relato minucioso y estimulante de qué hará mi partenaire para apoyarme en la lucha contra el mal.

Exijo detalles. No me basta que mi Galán haga lo que todos: contarme un final feliz. Ese ya lo doy por descontado, así que escucha atentamente, Princeso mío: no me adules con una solemne declaración de amor y bonhomía. Mejor, demuéstrame tus dotes de fontanero, electricista, encofrador, pintor  y albañil del mundo de Bienestar que nos han derruido.

Cállate lo obvio, hombre. No llores por lo perdido. Y sobre todo, no me digas que me quieres. Eso ya lo sé. Todo por mi voto, todo por la Patria, ¿verdad? Lo sé, lo sé… Pero lo que me seduciría, Esperanza mía, es que me mostraras los detalles de cómo vas a manejar la espada. Cuéntame el por qué ese mandoble lo vas a dar así, y no asá. Cuéntamelo, porque seguro que entenderé que dándolo así, y no asá, evitaremos estropear algo importante en la guarida del Dragón, algo que por un casual (o más bien en razón de unos cuantos funcionarios aguerridos) funciona casi bien, con decencia y honra al menos.

Cuéntamelo todo. No te calles lo que me atañe. No me mientas  y ahí me tendrás, no sólo fiel en el voto, sino también leal. Leal para no abandonarte cuando te afee el entrecejo un grano circunstancial, relleno de pus corrupta, o cuando bajes en exceso la mirada porque los doberman de Bruselas te muerden la espinilla.

Ámame en lo cotidiano, corazón, y yo haré lo mismo. Sellemos un pacto de amor terrenal, y dejemos en paz lo platónico y lo celestial.  Tu ponte a mi altura y déjate de cantos gregorianos. Mejor dame soluciones para no encharcarme en los barros de cada día. Afílame el alma con datos y cifras. Calcúlalo todo y no me seas querubín. Calcula, hombre. Calcúlalo todo, porque es el cálculo el auténtico cimiento del amor duradero.

Y con tus cálculos, dame aliento, amor. Aliento para hoy y para mañana.  Piensa en mí a largo plazo y no dejes que nos salpique el fango de los aplausos enlatados, ni tampoco el polvo de la política hecha a  escala del eslogan y el fuego fatuo de la frase cuartelera.  Tú ya sabes (aunque muchas veces se te olvida) que se me congela la esperanza en cuanto oigo el frivolón fru-frú de las  frases-cohete.  No me deslumbran. Sólo me rompen el corazón, ¿entiendes, amor? No hay mayor decepción que sentir que son de barro los pies de aquel a quien admiras…

Te reclamo, queridísimo, que estés a la altura de quien tú te crees que eres: un tipo digno.

Quiero ver en ti que no es una ilusión mi valentía. Quiero verlo en tu audacia. Quiero tu audacia como un eco de la mía. Quiero que  me devuelvas el eco de los discursos no sólo bien timbrados, sino bien trabados. Quiero que te atrevas a clamar en voz alta lo que dicen los libros de los sabios. Mira, por ejemplo, lo que nos escribe John Kenneth Galbraith en la página 43 de Un viaje por la economía de nuestro tiempo: “En el mundo actual, no es posible aparentar que se está a favor de la recesión y en contra del crecimiento económico. Quien lo afirmara abiertamente sería considerado profundamente excéntrico. Sin embargo, el hecho está ahí, y tiene una poderosa influencia en la política pública.”

Me puede la codicia de lo que vendrá, si tú me escuchas. La codicia del Bienestar que tú podrías ayudarme a conquistar. Es el tiempo de tomar la palabra para recabar de ti el fuego, fuego que, después de tanta heladora corrupción, tiene que hacerse necesariamente con leña de la buena. Hablo de leña de encina, Capitán mío, no de matojos verdes que echan centellas un instante y al siguiente mueren a manos de su propia insignificancia.

A lo mejor tienes miedo. Casi seguro que tienes miedo. Pero, ¿y qué? Yo también. Es lo malo que tiene el amor: que te exige entregar tu confianza, por muchas traiciones que lleves encima. Pero el miedo forma parte de la vida. La Realidad, ya se sabe, supera siempre a la peor versión de nuestras pesadillas.

De todos modos, ten cuidado con la traición. Es la semilla del diablo. Y también la del histrionismo, del Reír para no Llorar. La semilla del show que los ciudadanos estamos encantados de montar cuando la Política con mayúsculas hace mutis por el foro y no queda más remedio que echarse a la calle. Con toda la fuerza del mar encarnada en una marea de camisetas verdes, o blancas, o amarillas. Ciclogénesis, ya ves. Ciclogénesis que tú no tienes por qué sufrir, mi amor, si me lo cuentas todo a mí, tu igual. Sin paternalismos.

Acerca de Esclavitud Rodríguez Barcia

Periodista y escritora, autora de las novelas "Un rumor que no se va" y "Nunca más tu sombra junto a mi". Ha trabajado como consejera técnica en la Secretaría de Estado de Comunicación (España) y formó parte del equipo fundador de Inversor Ediciones. Redactora en prensa económica y creatividad publicitaria. Nació en Vigo en 1961. Es Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense y Máster en Comunidades Europeas por la Escuela Diplomática de Madrid.
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