Yo sé más de economía, muchísimo más, que todos esos políticos a quienes los españoles votamos con paciencia. Sé más porque a mí no me da la gana de cerrar los ojos. Acabo de pasar un mes en casa de mis padres, en el barrio de Vigo en el que crecí, y de repente se me ha hecho imposible mirar plácidamente hacia otro lado, como hacen ellos, los de la jeta descomunal y el discurso por demás inflamado.
Tras cuatro semanas de hacer recados menudos y pasear muy despacito por un barrio en el que la mitad de la gente anda en torno a los ochenta años, no me explico cómo los ciudadanos de España entera consentimos a los políticos en campaña que se desgañiten hablando del Producto Interior Bruto, de la ausencia o presencia de la Reforma Laboral y sobre todo (¡esto sí que me enerva!) de la indecencia de las tasas de paro de nuestro país. Los indecentes son ellos, que murmuran lo del envejecimiento acelerado de nuestra sociedad casi de paso, por puro trámite, como citando una cosita de nada. Es una indecencia que farfullen cuatro futilidades sobre eso, cuando saben perfectamente que el cambio más urgente que precisa España, el único resorte que en verdad permitiría sacar adelante la estructura productiva de nuestro país, es ni más ni menos que una real y minuciosamente presupuestada Ley de Dependencia.
La Ley de Dependencia que tenemos es mera literatura, una encantadora y tiernísima declaración de intenciones. Ya fue literatura rosa en sus comienzos mismos, cuando la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega se esforzaba cada viernes, tras el Consejo de Ministros, en encajar el relato de lo que ella soñaba dentro de los recursos con los que contaba. Y lo es ahora aún más, cuando el Partido Popular casi ni se molesta en disimular el desprecio que le suscita cualquier cosa que no tenga que ver con la salud privada, con las pensiones privadas, con el bienestar privado de unos cuantos privadísimos círculos de privilegiados.
Que conste que a mí me encanta la literatura rosa. Te permite mirar más allá de las desgracias de cada día e incluso imaginarte un horizonte nuevo. Cosa que ha conseguido la Ley de Dependencia que llevamos una década maleando. Los sueños no sólo rosas, sino intensamente fucsias, del primer Gobierno Zapatero sembraron una semilla que ahora es imposible erradicar. ¿Alguien se atrevería a negar en un mitin, ahora mismo, la necesidad de desarrollar una auténtica Ley de Dependencia, una ley tejida no con versos cursis, sino con la seria literatura de las estadísticas demográficas, las inversiones presupuestarias y los ingresos en la hucha de la Seguridad Social que esas mismas inversiones podrían generar?
Como Martin Luther King, yo también “tengo un sueño”. Sí, ya ven: hoy estoy que me salgo. No sólo me siento más lista (o menos cínica) que la mayoría de los economistas, sino además más soñadora que el más soñador de nuestros angelicales líderes políticos. Tengo el sueño de que fructifique un cambio de verdad, el cambio más urgente, el único cambio que de verdad nos llevaría a tasas de paro más sostenibles, a no reventar el sistema de Seguridad Social del que estamos tan orgullosos, a no convertir en tierra quemada un futuro que a mí se me antoja no rosa, sino negro. Negro como la tinta del calamar.
A mí no me dan igual las proclamas de nuestros líederes. Claro que me gustaría cerrar los ojos y los oídos y descansar de tanta palabrería meliflua. Me harta el mesianismo desaforado de unos, la solidaridad de salón que exhiben otros y la vagancia prepotente de los demás. Me harta todo eso, pero no voy a dejar que me roben la fe en la política, la esperanza en lo que mi pensamiento, mi voluntad, puede hacer por mis padres ya ancianos, por todos sus viejos (literalmente viejos) vecinos y por mí misma. Por mí misma, sí. Por mí misma porque yo, yo que acabo de estar un mes cuidando de mi mamá y mi papá dependientes, estoy en paro. Con una efectiva Ley de Dependencia, quizá el mes que yo he trabajado como chófer, enfermera y asistente social de mis progenitores hubiera servido para generar una cotización al sistema contributivo de pensiones y aligerar –al menos durante unas semanas- las listas del desempleo. Pero nada de eso va a ocurrir. No ocurrirá mientras los ciudadanos consintamos que los políticos sigan reduciendo la política a mera retórica huera.